viernes, 26 de julio de 2013

El efecto mariposa: el altruismo en nuestros días



Por Stephani Nava Alvarado
 

 
 
 
Todos los seres humanos estamos siempre en búsqueda de la felicidad, aunque es difícil determinar qué significa la Felicidad con mayúscula, pero somos conscientes de ese vacío existencial que tratamos de llenar de diversos modos, para Aristóteles esta búsqueda era una vocación hacia la ética, pues el tratar de ser más virtuosos era lo único que podía garantizarnos cierta felicidad, el estagirita comparaba al ser humano con un saco vacío que al momento de llenarse volvía a estar de nuevo vacío, más contemporáneamente Lacán asociaba esta dimensión humana al deseo, el ser humano vive deseando y su felicidad no se basa en concretar esos deseos sino en vivir acorde a sus ideales.
Sin embargo, en nuestros días el consumismo nos ha planteado una supuesta forma de obtener rápidamente felicidad, aunque esta sea efímera y superficial pero al menos es tangible, se nos dice que las cosas materiales o económicas, pueden saciar temporalmente ese vacío que sentimos, por ejemplo en nuestros cumpleaños, lo que esperamos obtener son obsequios que materializan el sentimiento de cariño que tienen las demás personas hacia nosotros, y aunque se insista tanto que el afecto no se compra, nos parece un parámetro valedero e incluso mesurable recibir esta clase de manifestaciones de cariño, estimación o aprecio, de hecho existe una frase para justificar los regalos “Es sólo un detalle”, tal vez tengan razón aquellos que opinan que “el dinero no da la felicidad pero como se le parece” pero finalmente se trata de un espejismo, y como todo espejismo puede uno entretenerse un rato o morir en él.
Otro ejemplo de nuestra búsqueda de felicidad es la compra de cosas materiales para sentirnos bien cuando hemos tenido un mal día, o simplemente para materializar deseos con sucedáneos efímeros. En el fondo sabemos que no es así, y tratamos de acallar nuestra conciencia, no nos da felicidad, es un plan mercadológico de las empresas para generarnos el deseo de comprar, para fabricarnos la necesidad hacia un producto o para ser más claros hacernos sentir parte de un grupo selectivo, necesidades creadas sólo para consumir y por ende una búsqueda de felicidad vacía que tiene como único objetivo el lucro de una empresa.
Hasta aquí podríamos decir que en cualquiera de los casos la felicidad no es la compra de un producto, ni hay ningún objeto taumatúrgico para hacernos felices, muchos menos puede decirse que seremos felices al alcanzar un estatus social u obtener fama y riqueza espontáneas.
Hablaremos en cambio de lo que para muchos es una manera infalible de alcanzar cierta felicidad, se trata del altruismo, la trillada frase de “más enriquece el dar que el recibir” no ha perdido vigencia, incluso estudios actuales revelan que las personas altruistas son más saludables y viven más años, por aquello de la obsesión actual que tenemos por la salud y una vida sustentable y no se diga del miedo a la muerte, en fin, que el valorar la vida de los demás y preocuparse por los otros es redituable.
Por otro lado está ese deseo de trascendencia que nos lleva a buscar perpetuar nuestra presencia en este mundo, este deseo también puede aprovecharse de manera positiva, todas las culturas han creído que una vida puede valorada respecto de las acciones positivas que realizó a favor de los demás, y es que no sabemos si una buena acción puede a la larga cambiar el mundo y en el contexto en el que estamos hablando, ni siquiera sería importante verificarlo fehacientemente, bastaría pensar que así como se dice  que el aleteo de una mariposa puede ocasionar un tornado en otra parte del mundo, una buena acción aun por muy pequeña pudiera desencadenar una gran acción en otro lugar o incluso en otro tiempo, y es que la cultura humana tiene este gran efecto, uno nunca sabe a que llevará el buen ejemplo, una verdadera “cadena de favores” quizá.
Deberíamos atrevernos hoy a realizar una buena acción por alguien, aun si fuéramos calculadores esa buena acción podría algún día retornar, algunos lo llaman “karma”, pero es simplemente una cuestión de sentido común, el pensar en lo demás necesariamente disminuye el pensar el uno mismo y eso ya tiene un efecto positivo porque nos lleva a dejar nuestro ensimismamiento, egoísmo e individualismo que nos genera en principio una gran ansiedad, pero a la larga puede convertirse incluso en depresión.  
Es importante mostrar atención a todos los modos de vida que nos rodean, porque todo esto tiene como finalidad el aprender a mirar y ver a la gente como realmente es y reconocer que todos somos iguales, solo con la diferencia de que vivimos vidas y oportunidades diferentes. Es difícil comprender los caminos y destinos al cual todos nos enfrentamos  desde que nacemos, el día a día, pero lo que sí está en nosotros es el cómo nos ofrecemos oportunidades entre nosotros  para cambiar las adversidades de la vida.
Nuestra independencia y nuestra autonomía, no nos desentiende de la sociedad, al contrario nos hace más responsables con las personas que no tuvieron las mismas oportunidades que nosotros.
Un ejemplo de lo que tratamos de decir es la película “Los Olvidados” (Luis Buñuel, 1950) en la cual el director hispano mexicano nos muestra de manera esplendida el resultado de la indiferencia hacia los demás, la ‘ausencia de mirada’ lleva a la sociedad al olvido, el no mirar no se traduce en la desaparición de la miseria al contrario, el alejamiento, el individualismo y el desinterés lo que originan es una sociedad fragmentada que día a día ensancha su brecha de la desigualdad social. Es un trabajo de sensibilización urgente porque estamos acostumbrados a ver pero no a visionar, a mirar no a observar, más allá de nuestra nariz hay muchas necesidades, algunas que ni si quiera pueden esperar a que termine el día, de otro modo no hay garantía de una vida sustentable, estaremos medianamente bien y seguros de nuestro hogar pero al salir la realidad dura y amarga seguirá ahí, no tendremos con quien convivir.
Si nosotros enfrentamos la realidad con optimismo y con madurez, podemos transformar nuestro entorno y ser parte de un cambio donde los productos ya no sean el fin de nuestra vida, sino por el contrario, que sean un medio que podamos compartir con los demás. Para lograr una mayor equidad social en primer lugar hay que identificar los proyectos de la realidad, en segundo lugar debemos dejar los reproches por el mal funcionamiento del país, y convertirnos nosotros mismos en la solución, más que preocupándonos, ocupándonos. Es posible un cambio visible y responsable de la sociedad, esto supone la generación de una sociedad civil exigente con sus autoridades pero también presente cuando se le necesitara en casos de contingencia social, ciertamente materializar nuestros derechos implica estar atentos respecto de las autoridades, pero también nosotros como ciudadanos debemos respetarlos y fomentarlos y el primer paso preservar la dignidad humana de los demás en todos los sentidos.
El Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de Promoción y Difusión de la Ética Judicial ha iniciado en este año un Programa de Promoción del Compromiso Social que arrancó con una colecta de juguetes, Compar-T, para el 30 de abril entregados en San Bartolo de Tutotepec en el estado de Hidalgo, uno de los municipios más pobres de país, esté pendiente de otros eventos de este programa en nuestra página web:
http://www.sitios.scjn.gob.mx/instituto/
Informes al teléfono: (55) 4113 1000 ext. 6124 y 6150
Correos electrónicos:
LFigueroaJ@mail.scjn.gob.mx
jrnarvaezh@mail.scjn.gob.mx


martes, 8 de enero de 2013

Compromiso social de los servidores judiciales


Por José Ramón Narváez Hernández



Hablamos de un cambio de chip. Por muchos años la empleomanía llevó a pensar a algunas personas que un cargo público era un privilegio que debía gozarse. Hablar de compromiso significa como la propia etimología lo apunta, hablar de cargas, obligaciones y promesas que deben ser cumplidas.

El servicio público es de origen compromiso liso y llano, sin embargo vamos a dar unos argumentos extras, algunos ejemplos y planteamientos prácticos para contextualizar la necesidad de fomentar este compromiso.

Binomio poder-compromiso

Todo acto público presupone el ejercicio de un poder, incluso en términos jurídicos, como un mandato por el cual todo servidor público debe hacer lo que le está ordenado por la sociedad, no es sólo un compromiso moral, político o social, sino que tiene implicaciones jurídicas y cuya omisión o ejercicio deficiente puede llevar a determinadas sanciones. De ese modo podríamos decir junto con el tío Ben a su nieto Peter Parker quien se convertirá en el poderoso Hombre Araña, en la versión cinematográfica de Sami Raimi (2002): “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y es así, a mayor poder debería haber más compromiso.

La hipoteca social

Toda comunidad política tiene como presupuesto un ordenamiento que persigue como fin último la justicia, la cual debiera darse en las relaciones de uno a uno (justicia conmutativa) y de cada uno de los miembros respecto de la comunidad (justicia distributiva), de ese modo el vivir dentro de una comunidad supone un compromiso social, pero además resulta que por las diferentes historias de vida, la aspiración a la igualdad y la libertad debe ajustarse a una realidad en la que las diferentes oportunidades nos colocan en diferentes estratos sociales, culturales y económicos, sin embargo, esas oportunidades se dieron a costa de algo, los que logran acceder a estudios superiores lo hacen porque otros tienen que trabajar manualmente para producir la ropa y alimento que los otros utilizarán, y aunque cada uno gana según su aportación manual, técnica o intelectual, en una relación de justicia aritmética, también es cierto que para sustentar a la sociedad pesa sobre los que más ganan o más oportunidades han tenido, una hipoteca social, es decir, la comunidad política espera algún día recibir el beneficio de ese sacrificio que se hizo en lo colectivo y esto es de justicia social.

El compromiso social no se agota donando a la Cruz Roja

El compromiso social como todos los principios éticos, no se agota en unos cuantos actos, se trata de una actitud, de una regla de vida que debe estar presente en la toma de decisiones. No basta donar a unas cuantas instituciones o dar limosna por la calle, se trata de una mentalidad que lleve en todo momento a plantearse si cada uno de nuestros actos redunda en una justicia colectiva tangible. Ciertamente la cultura consumista e individualista nos obliga a pensar que “cada uno debe velar por sus intereses”, pero esta la atomización que impide lograr una vida pública sana, pues no existe en nuestra cultura una conciencia social, que lleve por una lado a apoyar a otros en una situación más desventajosa que la nuestra supliendo totalmente (subsidiariedad) o parcialmente (solidaridad) sus carencias. La clave es, diríamos, pensarse siempre como miembro de una colectividad y el que cada acto singular hace más justa o injusta la vida comunitaria de una sociedad.

Pongamos un ejemplo concreto:

¿Qué tipo de automóvil tengo?, ¿cuál es la razón por la que elegí esa marca y ese modelo?

Muchas veces adquirimos vehículos que hemos elegido por los supuestos beneficios que el vendedor nos ha ofrecido, somos presa fácil de la mercadotecnia: de ese modo hemos llegado a extremos de adquirir automóviles para terrenos difíciles pensando en una supuesta seguridad personal o para sentirnos más salvajes o libres ¿?. Peor aún,  otros compran un estatus social, pensando que el coche les da un significado a su existencia, los infelices, miserables e ignorantes peatones deberían permitir el paso al progreso, tiene automóvil quien pudo comprarlo, los otros por perezosos o tontos no lo tienen y frenan el avance social.

Un automóvil modesto y necesario para el traslado sería suficiente, hay quien sin embargo, es amante de los coches y hace ciertos sacrificios para comprar aquel que desea, pero muchos, muchísimos otros no podrán hacerlo, el compromiso social no supone regalarles coches a los demás, pero lleva a pensar si no sería posible hacer rondas, llevar de vez en cuando en el auto a algún conocido que no lo tiene, implicaría pensar si la misma ruta no puede realizarse en transporte público, etc. De todos modos, si se sigue pensando que el cargo es una especie de distinción honorífica entonces se necesitará no sólo un automóvil lujoso con chofer sino incluso una alfombra roja para el descenso.

Ciertamente en este planteamiento aparece otra cara del compromiso social que es la conciencia ecológica, no es sustentable el estilo de vida que tenemos, son demasiados automóviles que contaminan y tornan la vida urbana intolerable.

El mutualismo

Otro ejemplo clásico que materializa el compromiso social es la mutualidad, corporaciones y grupos sociales crean instituciones para solventar las necesidades de los más necesitados, de manera preventiva, es la base de lo que hoy se conoce como seguridad social. Y como finalmente se trata de una cuestión de ética y por tanto de prudencia, cada uno sabrá en qué medida puede apoyar a otros en lo económico o en lo personal, dentro y fuera del área de trabajo, algún préstamo para que alguien solvente una urgencia, apoyar a alguien con alguna necesidad específica, traerle algo de comer cuando no puede salir por la carga de trabajo, ayudarle a cambiar el neumático a una persona con dicho problema, etc. Insistimos, se trata de una actitud, las formas de ayudar a otros pueden multiplicarse al igual que los pretextos para no hacerlo.

El compromiso social en la función judicial dura

Quizá el tema más complejo respecto del compromiso social como principio de la ética judicial es el cómo actualizarlo a través de las decisiones judiciales. Es claro que un juez tiene mayor responsabilidad social en tanto que sus decisiones materializan la justicia, pero no sólo en el caso que le ocupa que sería la justicia conmutativa, sino que esa decisión incide necesariamente en el orden jurídico haciéndolo más o menos justo, aportando o demeritando la justicia social, pero nuevamente aquí se trata de un cambio de actitud, si toda persona involucrada en la toma de decisiones judiciales tiene presente que existe su trabajo repercute siempre en los social entonces tendría que introducir en sus razonamientos criterios que le hicieran responder a ese compromiso social, y social no significa con la institución para la que trabaja, ni si quiera por razones de Estado, o para sustentar un tipo de gobierno, se trata de consideraciones que favorezcan a la mayoría y aun mejor a los más necesitados, consideraciones que lleven a fomentar en lo material o en lo performativo un mayor equilibrio entre los miembros de una colectividad, se trata de una responsabilidad hermenéutica, es decir, hacerse cargo de las propias decisiones sin deslindarse ya sea porque se diga que sólo se aplica el derecho, o escudándose en una supuesta seguridad jurídica.

El compromiso social en este rubro lleva necesariamente a cuestionarse los propios prejuicios (objetividad como principio ético) pues al formar parte de una élite que ha accedido a una formación profesional, que ha tenido oportunidad de ocupar un puesto público, etc., implica ciertos condicionamientos sociales que llevan a una interpretación específica de la realidad, por eso el compromiso social como los otros principios éticos, suponen una revisión constante por cada uno de nosotros, por cierto ¿cuál es el precio actual de un kilo de tortillas?

Algunas recomendaciones literarias y cinematográficas

A propósito de nuestra pérdida de la conciencia social

Gilles Lipovetzky, La era del vacío, Anagrama, Madrid, 2008 (También puede leerse de este autor.- El crepúsculo del deber: la ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama, Madrid, 2008; y La felicidad paradójica, Anagrama, Madrid, 2010.)

Para el cine aconsejamos:

Amelie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, Jean-Pierre Jeunet, 2001)

Una fábula donde una muchacha común y corriente se plantea el propósito de ayudar a los que la rodean, logrando hacer más amables sus vidas y en otros casos trastornándolas, pero partiendo de su compromiso social y amor por la vida y lo cotidiano.

jueves, 2 de agosto de 2012

Un sueño al amanecer


Por Francisco Javier Arroyo Arellanes



Siempre que Jacinto cruzaba el camino que lo conducía a su hogar, llevaba una nueva fantasía en la mente. Soñaba despierto, creando imágenes e historias, sin imaginar que tal vez alguna se haría realidad.

Desde temprana hora, y sin que todavía saliera el sol, el niño de diez años llevaba sus vacas a pastar, tras haberles dado de beber.

El pueblo de Jacinto se llamaba Santa María, donde destacaban peñascos cubiertos de vegetación y una neblina espesa, de ahí que el clima tendiera a ser  húmedo, aunque en épocas de calor se tornaba agradable.

Jacinto quedó huérfano a los dos años. Su madre había enfermado de gravedad y posteriormente falleció. Algunas personas aseguraron que murió a causa de la soledad que ensombreció su vida. Jacinto nunca conoció a su padre. A partir de entonces, el abuelo Melesio, noble anciano que había quedado viudo años antes de que Jacinto naciera, se hizo cargo de éste. Ambos llevaban una vida apacible.

            Diariamente, don Melesio enseñaba a su nieto a trabajar la tierra, ordeñar las vacas, elaborar quesos y rezar. Por su parte, para Jacinto nada era más grato que soñar.

            Una tarde, cuando regresaba a casa con seis vacas, Jacinto se detuvo a la orilla del camino y atestiguó el lento avance de un tren, que dejaba una estela de humo negruzco; escuchó embelesado el singular y rítmico sonido de aquella vieja máquina de vapor. Se sorprendió al mirar los enormes vagones empotrados sobre las decenas de toscas ruedas metálicas, que crujían a cada segundo como si fueran a reventar. Hacía mucho tiempo que no veía pasar un tren cerca del pueblo. Se preguntó qué estaría sucediendo. La locomotora se perdió de vista a lo lejos.

            Ya con la noche encima, guardó las vacas en el corral y se quedó pensativo. Su abuelo se le acercó y le preguntó:

            —¿Vas a cenar, hijo?

            El niño, mirando fijamente los ojos melancólicos del anciano, contestó:

            —Sí, abuelo.

            Enseguida tomó un jarro, al que le agregó leche caliente y un poco de café. El olor que despedía la bebida era delicioso. Escogió un pan de entre los que había en un canasto, comió un trozo y dio un sorbo a su bebida. Luego preguntó:

            —Abuelo, hoy vi pasar un tren.

            El abuelo, sorprendido, replicó:

            —No puede ser. ¿Cuándo lo viste?

            —Hace un rato, cuando venía para la casa.

            —¿No será otra de tus fantasías? A lo mejor estuviste mucho tiempo en el sol y se te calentó la cabeza. Será mejor que te duermas cuando termines de cenar.

            Con lentos movimientos, el abuelo sirvió frijoles en un plato. Jacinto lo tomó, después empalmó una tortilla recién hecha y le agregó un trozo de queso fresco. Comió con calma, en silencio. Éste se hubiera prolongado de no ser porque don Melesio dijo:

            —Tiene tiempo que dejó de pasar el tren. Hace muchos años, en este pueblo se cosechaba mucha fruta y hortaliza, venía gente de diversos lugares para comprar algo de lo que aquí se producía, pero desde que cayó la desgracia en el pueblo muchos habitantes huyeron. Por eso dejó de pasar el tren. El pueblo se convirtió desde entonces en un lugar abandonado por todos, hasta por los curas.

            “Mi madre platicaba que mi abuelo, el General don Juan Nepomuceno, fue el más grande héroe del pueblo y, tal vez, del país. Resulta que cuando ocurrió la Guerra de Invasión, hace más de cien años, logró vencer al ejército extranjero que quiso invadir nuestras tierras; todo esto gracias a su astucia, a su conocimiento del territorio y, sobre todo, a su gran pericia militar. Esas batallas costaron muchas vidas al país, de ahí que cada año se celebre ese heroico triunfo.

            “El General don Juan Nepomuceno fue quien exigió al gobierno que se construyera en el pueblo una estación de ferrocarril; debido a su poder e influencia, en poco tiempo estuvo lista. La estación nos benefició a todos durante muchos años. Lástima que hoy esté abandonada.”

            Tras un momento de silencio, el abuelo volvió a preguntar:

            —¿Estás seguro que viste pasar el ferrocarril?

            —Sí, abuelo, sí lo vi. No estoy mintiendo.

            El silencio volvió a reinar en el lugar. Ambos se levantaron de sus pequeñas sillas y se fueron a descansar. El abuelo alumbraba el camino con una lámpara de petróleo. Se detuvieron frente a un viejo retrato colgado en el centro de la amplia pared de adobe; se trataba de la imagen del General don Juan Nepomuceno, de recia mirada, portaba un hermoso traje militar, empuñando un rifle con el que, sin duda, abatió a muchos enemigos de la patria en aquella gloriosa batalla. En otro punto de la pared había otras fotografías, como la de la abuela Mercedes, sonriente y de cabello trenzado y, junto a ella, de una belleza singular, Carmen, madre de Jacinto. En un rincón del cuarto, en un nicho, había cantidad de estampas y escapularios de diferentes santos, apóstoles, beatos y arcángeles los cuales, según don Melesio, habían vencido a los demonios que en algún tiempo quisieron dominar el cielo.

            Don Melesio se persignó (Jacinto hizo lo propio), después encendió un par de veladoras y, por fin, cada cual se fue a su cuarto. Se durmieron enseguida. Al poco tiempo, el anciano emitió un grito desgarrador, de miedo.

            —Aléjense, malditos demonios —pudo decir—. Dios sabe que no podrán invadir mi vida ni mi hogar.

            Se echó a llorar. Tomó un crucifijo que tenía bajo la almohada y se incorporó, tratando de encender la lámpara de petróleo. Jacinto estaba en el umbral, rezando en voz alta con una veladora encendida y una estampa de San Gabriel Arcángel. Cuando el viejo se calmó, su nieto le dijo:

            —No te preocupes, abuelo. Aquí está tu veladora, para que alejes a las ánimas que no te dejan dormir.

            El abuelo se acostó de nuevo y pudo conciliar el sueño. El nieto volvió sobre sus pasos.

            Don Melesio llevaba años teniendo esas pesadillas, de las que, según él, sólo se libraría rezando entre veladoras.

            Muy temprano, Jacinto salió de casa, seguido por las vacas, que pastaban en un paraje cercano al pueblo. Después de un rato ahí, el niño se dirigió a un río y se dio un largo baño. Mientras volvía al pueblo se sentó bajo un árbol de peras; tomó una, la mordió y se quedó mirando el horizonte. De pronto escuchó el inconfundible ruido del tren; deseoso de verlo, corrió hacia las vías y volteó a ambos lados, pero no vio rastro alguno del vehículo. Desanimado, desanduvo sus pasos. No había avanzado mucho cuando tropezó con un bulto de papeles amarillentos, amarrados con un lazo; sorprendido, tomó el paquete y lo llevó a su casa.

            A solas y lleno de curiosidad, se dedicó a separar los muchos periódicos que contenía el paquete. Vio muchas fotos que, de algún modo, relacionó con las que estaban colgadas en la pared; vio muchas letras, así como números y signos que no comprendió. Le chocó ignorar lo que esos papeles significaban. Decidió esperar a que su abuelo regresara del mercado (donde vendía quesos) para que lo sacara de dudas.

            Al rato, don Melesio interrogó al niño, pero no le creyó.

            —Creo que estas inventando, hijo. No puede ser que ahora haya ferrocarriles invisibles. Los escuchas, pero no los ves, y encima de todo aparecen paquetes de papeles en medio de las vías. No te creo.

            El niño dijo con vehemencia:

            —Abuelo, tienes que creerme. Este paquete apareció donde te digo; se me hizo tan raro encontrarlo, que por curiosidad lo levanté. Nunca había visto este tipo de papeles con fotos tan bonitas; por eso los traje a la casa.

            Don Melesio examinó el paquete y señaló:

            —Mira, hijo. Éstos son periódicos que sirven para informar a la gente lo que pasa en otros lugares, fuera de este pueblo. Además de las fotos contiene palabras, que son las que componen las noticias. Lástima que nunca aprendí a leer, porque en este pueblo nunca hubo escuela. Yo conocí los periódicos en la ciudad, cuando mi madre me llevaba. Pero es mejor que no te enteres de lo que dicen. Sin periódicos hemos sido felices.

            —¿Me puedo quedar con ellos? —preguntó Jacinto.

            El abuelo se quedó pensativo y al cabo asintió.

            Ya en la noche, el niño estaba inquieto. No podía dormir. Se levantó y sacó su paquete de periódicos, que había guardado debajo de la cama. Encendió un quinqué y comenzó a revisar detenidamente cada uno; veía con curiosidad cada una de las fotografías de los periódicos, de personas con sombreros, con abrigos; soldados marchando. A la postre se sintió frustrado por ignorar lo que veía, así que volvió a guardar el paquete debajo de la cama y se acostó. Soñó que navegaba sobre las fotos y las letras de sus periódicos, llevando un abrigo negro y un sombrero con pluma roja.

            A la mañana siguiente cuidó a las vacas y estuvo buscando paquetes de periódicos en las vías del ferrocarril. Caminó tanto que no advirtió que ya había llegado a otro pueblo. Dejó las vacas a la entrada y recorrió algunas calles. Le llamó la atención escuchar un coro de niños que gritaban algunas vocales; se encaminó a la escuela y se asomó por un ventanal: un profesor enseñaba las letras a sus alumnos. Jacinto lo escuchó atentamente, y después de un rato corrió en pos de sus vacas, que aún estaban donde las había dejado; miró alrededor y emprendió el regreso a casa, sin desviarse de las vías del tren.

            Había caído la noche en Santa María. Jacinto se hallaba pensativo frente al abuelo.

            —¿Te pasa algo, hijo? Te noto muy callado.

            —No, abuelo —contestó el niño—. No me pasa nada. Quisiera aprender a leer.

            Sorprendido, el abuelo contestó tajantemente:

            —Ya te dije que en este pueblo no hay escuela. Además, ¿para qué quieres aprender a leer?

            —Quiero saber qué dicen mis periódicos. Quiero saber qué significan esas fotos.

            El abuelo, dando un manotazo en la mesa, respondió:

            —¡No, ya dije que no! Enterarte de lo que dicen esos papeles va a alterar tu vida. Los tiraré a la basura si sigues de necio.

            El niño agachó la cabeza y se fue a su cuarto, donde lloró.

            Se habituó a caminar largas distancias, al lado de sus vacas, para llegar al pueblo que sí tenía escuela. Tomaba clases mientras las vacas pastaban. Aprendió a leer y a escribir, a pesar de su abuelo.

            En casa, noche a noche, revisaba sus periódicos; los tenía ordenados de acuerdo con el número de fotos que tuvieran. Poco a poco fue entendiendo lo que decían y, en caso de duda, acudía a su profesor. Después de ocho meses, Jacinto dominó el arte de la lectura; las malas noticias lo preocupaban, disfrutaba las buenas, cambió su percepción del mundo. Empezó a dormir menos que de costumbre, con tal de leer en la madrugada. Cuidaba los diarios como si fueran un tesoro; los guardaba envueltos en una manta.

            El abuelo no se percataba de que el nieto había cambiado, sustituyendo sueños y fantasías por notas periodísticas y fotografías.

            Una madrugada, mientras el niño leía ávidamente, oyó a su abuelo gritar de horror, y luego implorar:

            —¡Hijo, ayúdame! ¡Ahora sí me llevarán los malditos demonios! ¡Tráeme la veladora y ven a rezar, para que se alejen de mi lado estos malvados espíritus!

            El niño se levantó con calma, envolvió cuidadosamente sus diarios, los guardó debajo de la cama y se acostó con los brazos bajo la nuca. Por una ventana miró el cielo aún oscuro, exornado con un plenilunio rojizo, mientras, en el cuarto contiguo, don Melesio seguía gritando por culpa de las pesadillas.

lunes, 14 de mayo de 2012

Programa "Derechos Humanos y Justicia"



El Instituto ha iniciado un Programa denominado “Derechos Humanos y Justicia” a través del cual se desarrollan diferentes acciones para analizar el impacto de la reforma constitucional de junio de 2011 en la justicia, tanto en el ámbito de la ética judicial como en el trabajo jurisprudencial.



El objetivo fundamental sería llegar al final del año con alguna o algunas publicaciones de los resultados de estas discusiones, por otro lado involucrar tanto a jueces y académicos para poder detonar la reflexión de estos temas, esto supone de inmediato a la ética pues implica el profesionalismo y la excelencia, se trata de la búsqueda de parámetros hermenéuticos que anhelen la aplicación más justa del derecho, por lo que se involucran la interpretación, la argumentación y la ética judicial.





Las acciones específicas del programa son las siguientes:



  1. Jornadas “Los derechos Humanos y la justicia”

Estas jornadas se realizan en diferentes lugares de la república, contando con el apoyo directo de las Casas de la Cultura Jurídica. Durante uno o dos días se trata un tema específico relacionado con el objetivo del programa a través de foros en los que diversos actores analizan dicha temática que en la medida de lo posible se pone especial atención a las preocupaciones regionales. Hasta el momento se han realizado dos Jornadas una en Mérida con el tema “Control de convencionalidad” en el mes de marzo y ahora en mayo en Toluca con el tema “Los derechos político-electorales como derechos humanos”.



En las Jornadas se utiliza el cine como pre-texto para abordar los tópicos.



  1. Seminario permanente de Investigación

En la Ciudad de México el primer martes de cada mes se lleva a cabo una reunión entre magistrados, académicos y actores sociales en los que se discute una agenda de temas acerca de la reforma, a cada reunión le corresponde una minuta de los trabajos que en su momento se publicará. Hasta ahora se han tocado temas como; dignidad humana, principio pro persona, interpretación conforme, control difuso, progresividad, efectividad, entre otros.

Ir a la página del Seminario:

  1. 3er Congreso Internacional de Argumentación “Derechos Humanos y Justicia”

Todo este esfuerzo reflexivo concluirá con el Congreso que celebraremos los días 21, 22 y 23 de noviembre en Ciudad de México, en el que se darán a conocer los resultados de los trabajos de investigación y debate de todo el año.



Los temas más estudiados tanto en las Jornadas como en el Seminario, llegarán en forma de Mesa al Congreso y con la finalidad de hacer las conclusiones pertinentes.

martes, 6 de diciembre de 2011

“Nepo”: El Baluarte Mexicano

Por Francisco Javier Arroyo Arellanes


Muchas veces creemos que los actos de heroísmo no son más que cosas que suceden en los grandes países de occidente o en los intensos pasajes de la historia, pero lo que contaré en seguida tiene que ver con la fortaleza que necesita nuestro país, tiene que ver con la valentía de los pobladores y sobretodo con los valores y el nacionalismo que deben tener los niños que son el futuro de este hermoso país.

Corría el año de 1866 y en el hermoso pueblo de Santiago Miahuatlán, ubicado en la parte sur del estado de Oaxaca vivía un niño de 11 años llamado Juan Nepomuceno, de gran bondad, sincero, inteligente y lleno de inquietudes; travieso como todo niño, era un gran conocedor de toda la región, lo mismo le daba trepar por un frondoso roble o un nogal, que introducirse a alguna cueva o algún pasadizo secreto, de esos que construyeron sus antepasados los Mixtecos y Zapotecos.
Nepo”, como le llamaban los pobladores de aquel bello lugar, era muy trabajador y apoyaba a su padre en el negocio familiar, una herrería llamada “Santiago Apóstol”,.Asistía en las mañanas a una pequeña aula, donde el anciano “Jacinto” les enseñaba a escribir, además de historia de México y, sobretodo, les inculcaba los valores humanos más importantes. Les decía su profesor “Chinto” que, “los niños son la ganancia de un país y entre mejor se les eduque mejor será su nación”. “Nepo” constantemente observaba estos valores en los adultos y los iba distinguiendo uno a uno. Se daba cuenta del comportamiento de su padre, “Don Evelio”, quien era muy trabajador, muy honesto, honrado, cariñoso y transparente, pues no decía mentiras y hablaba correctamente con sus vecinos y amigos. Además su padre era muy nacionalista, creía en los derechos, en la justicia y en la libertad del país. Su madre “Doña Jovita”, mujer honesta, trabajadora, sincera y hogareña, le decía a “Nepo” que “solo los hombres verdaderos llegaban a ser héroes”.
En esa época se escuchaba que había un presidente oaxaqueño que había surgido de la raza zapoteca y que con gran valentía hacía frente al enemigo extranjero. Rápidamente las malas noticias llegarían a “Santiago Miahuatlán”.
Se escucharon en la tarde las incesantes campanadas de la antigua parroquia; el sacerdote, “padre Severiano”, reunió a toda la población y les dijo: “Hijos míos, nos acaban de llegar malas noticias, se acerca a nuestro pueblo un ejercito extranjero, al parecer son franceses y para llegar a la capital de nuestro estado tienen que cruzar por nuestro poblado, necesitamos prepararnos y lamentablemente no tenemos armas, nosotros somos gente de paz pero también somos mexicanos y debemos enfrentarnos a esos invasores”, se escucharon infinidad de gritos y la gente alborotada alzaba las manos en señal de victoria, en ese momento pidió la palabra “Don Evelio”, quien dijo: “pueblo, somos un grupo de personas de paz y de trabajo, somos familia, que hemos nacido y vivido en este lugar por años y nuestros antepasados nos heredaron este hermoso sitio, lo trabajaron y defendieron y hoy nos toca hacer lo mismo, les pido en nombre de nuestros hijos y de nuestros descendientes que es hora de hacer lo que nos corresponde, brindar el honor a nuestro país y defenderlo como nunca, les pido que demostremos nuestro valor y nuestro principio de dignidad, luchemos en nombre de nuestra nación”.
Le correspondió el turno al anciano “Chinto”, quien tomo la palabra: “amigos, hermanos, familia, pueblo, es para mi muy triste mirar lo que sucede, pero nuestros antepasados también se enfrentaron a problemas similares y salieron victoriosos, hoy la historia nos pone un reto y sabremos salir adelante, aún sin armas, tenemos lo más importante, la inteligencia y además conocemos todos los rincones de esta zona, aprovechemos esto para vencer al enemigo, vamos adelante que saldremos victoriosos, ¡Viva México!”, y se escuchó un grito lleno de jubilo, era el alma de aquel pueblo que se enfrentaría a su propio destino, a su futuro, a su historia.
Pasaron dos días y los pobladores sin descanso trabajaban día y noche preparando sus rudimentarias armas. “Don Evelio” tenía ampolladas las manos pero no se cansaba de construir las vallas y los postes que servirían para detener al enemigo extranjero; los coheteros mientras tanto elaboraban mucha pólvora para los dos cañones que tenía el pueblo; las señoras preparaban tortillas y alimentos para los habitantes; otros más construían trincheras y hoyos que servirían de escondites para las mujeres y los niños; el pequeño “Nepo”, por su parte, se dedicó durante dos días a buscar piedras de río de regular tamaño para hacer una especie de muralla como de dos metros de alto y con una base muy sólida y además se subió a los nogales a buscar nueces, recolectando una cantidad considerable, era incansable, inagotable, era oaxaqueño.
Al tercer día comenzando a despuntar el sol, el pueblo se encontraba amurallado y a lo lejos ya se oían los tronidos de los cañones, así como las armas de fuego; de repente, se escucharon a lo lejos los galopes de unos caballos, que segundo a segundo se acercaban a toda prisa. De pronto, se hizo un silencio absoluto y, después, se escuchó un grito:
-       “Despejen la entrada en nombre del gobierno republicano”,
Alguien del pueblo contestó: ¿Quiénes son ustedes?, ¿Qué quieren?, a lo que aclararon:
-       Somos del ejército republicano, nos persiguen los invasores franceses
Enseguida el anciano “Chinto” dio la orden:“Abran la puerta, rápido”.
Eran doce soldados republicanos muy bien uniformados, los que se encontraban agotados, rendidos, unos llegaron heridos y los otros aterrorizados. Alguien de ellos dijo, “Son miles y vienen muy bien armados”, las caras de los pobladores se transformaron y el miedo se apoderó de ellos, pero inmediatamente “Don Evelio” replicó: “serán muchos y bien armados, pero nosotros tenemos inteligencia, valor y dignidad y no vamos a rendirnos ni a dejar de luchar, ¡Viva México!”. Inmediatamente todos los pobladores gritaron ¡viva México!.
Las mujeres atendieron a los soldados, “Nepo” los observó detenidamente y les preguntó, “¿Tienen miedo?”, ellos se quedaron desconcertados pero contestaron, “Claro que sí”. “Nepo” los volvió a cuestionar, “entonces ¿Por qué se metieron de soldados?”, se quedaron callados, no supieron que contestar.
En menos de cinco horas llegó el ejército invasor; rápidamente los coheteros iniciaron la batalla lanzando grandes bolas de cañón, las cuales volaban a través de los aires, después, los doce soldados, ya más repuestos, proseguían el ataque con sus rifles. Fue así como inició una de las grandes batallas ocurridas en esos años en el pueblo de “Santiago Miahuatlán”, perteneciente al precioso estado de Oaxaca. La batalla duró cinco días -sin descanso-; muchas bajas existieron por parte del ejército francés y otras más por parte del pueblo, que no se rindió, ni bajó la guardia. Nunca se llegó a registrar un suceso similar, un pueblo de civiles defendiendo a su nación.
Al atardecer del quinto día el alimentó escaseó y muchos pobladores se encontraban rendidos, la mayoría de los niños se refugiaron en las trincheras, eran pocos los que salían a apoyar a los pobladores, pero había un niño que llamaba la atención, era inagotable, incansable, era “Nepo”, llevaba y traía agua y cuando se enteró que el alimento escaseaba, se dirigió a su escondite y comenzó a limpiar sus nueces, consiguiendo una cantidad suficiente para la mayoría de los pobladores; era tal su entusiasmo que la gente se comenzó a animar y dejaron su cansancio; se habían terminado las balas de los cañones y se les ocurrió utilizar las piedras de río como balas de cañón, idea por demás arriesgada pero útil. Funcionaron a la perfección. Los franceses no se acercaban más, los pobladores sabían que tarde o temprano las piedras se acabarían y serían vencidos por falta de alimento. “Nepo” se encontraba inquieto y se dirigió a su padre a quien le dijo: “Padre, voy a salir a buscar alimento para todos, los arboles están llenos de fruta y en la noche puedo escabullirme y regresar antes de la mañana”, la madre se negó, algunos pobladores también, pero “Don Evelio” dijo: “Nepo”, eres un gran hombre, eres nuestro héroe y nuestro pueblo te vivirá agradecido y si ya no estamos, las futuras generaciones te valorarán, ve hijo y mucha suerte, ese es tu destino.
Oscureció y “Nepo”, que conocía todos los rincones de la zona, se dirigió a los túneles de los antiguos Zapotecos y Mixtecos y se introdujo en uno de ellos; pasaron las horas y el niño nunca apareció, transcurrió la mañana y todos los pobladores se encontraban entristecidos. “Don Evelio” pensó en rendirse pero el anciano “Chinto” le aclaró: “Evelio, escúchame, en las grandes batallas de la historia han caído muchos héroes que hoy son todavía recordados, tu hijo no es un sacrificio en vano, es nuestro héroe y vamos a seguir pase lo que pase hasta el fin, no somos cobardes y si él se arriesgó, ¿Por qué nosotros no hemos de hacerlo?”, Evelio contestó, con lágrimas en las mejillas: “tienes razón profesor, mi hijo es un héroe y siempre vivirá en cada uno de nosotros”. “Don Evelio” tomó una piedra de río, la introdujo en la boquilla del cañón y disparó, al mismo tiempo que gritaba ¡viva México!; inmediatamente se escuchó otro grito sonoro: ¡viva México y la República!, ¡fuera los franceses y su imperio! Se trataba de un gran contingente de soldados republicanos que se acercaban por el flanco izquierdo y derecho, rodeando de una forma muy certera a los invasores franceses que quedaron en medio de los casi mil soldados mexicanos que con gran jubilo gritaban “vivan los oaxaqueños”, “viva Miahuatlán”. En el flanco izquierdo se observaba a un pequeño niño que venía sobre un corcel blanco y, junto a este, el General José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, quien en señal de victoria alzó su mano derecha la cual empuñaba su preciosa espada dorada. Ese día la pesadilla para los habitantes de  “Santiago Miahuatlán” había terminado, la victoria era para Oaxaca y para México.
Días después, los habitantes de Miahuatlán recibirían en la Ciudad de Oaxaca algunas condecoraciones, como las preseas de “VALOR AL MÉRITO” y “AGRADECIMIENTO DE LA NACIÓN”, entre otras, pero el que recibió una condecoración especial fue el grandioso niño Juan Nepomuceno Meixueiro, quien desde ese día fue llamado  “EL BALUARTE MEXICANO”, debido a su entereza, esfuerzo, lucha, valentía, patriotismo y sobre todo, el respeto hacia su nación. Este premio lo recibió de manos del valiente indígena zapoteco oaxaqueño y Presidente de la República mexicana, Don Benito Pablo Juárez García, quien lo puso como ejemplo a los niños de México en ese año de 1866.
“Nepo” llegó a ser General del ejército mexicano y falleció en Oaxaca.
En su pueblo natal se erigió una enorme estatua, de un niño trepado en un nogal agarrando unas nueces, en la cual está escrito lo siguiente: “SÓLO LOS HOMBRES VERDADEROS LLEGAN A SER HEROES”.
 
Este cuento está dedicado a todos esos grandes héroes mexicanos que a pesar de su gran valor, entereza y lucha, han quedado en el olvido de los propios mexicanos, reciban hoy un reconocimiento y un homenaje por su lealtad al país.
      


lunes, 12 de septiembre de 2011

La exigencia ética como una vía para superar el acoso laboral

Por Juan Carlos Barrios Lira


“Cómo ha de ser de malo el trabajo que hasta pagan por hacerlo”, sostiene un dicho popular. Y la afirmación no es gratuita. Para muchos, por desgracia, el trabajo es sólo el medio para sobrevivir, la forma ingrata de obtener lo necesario para satisfacer las necesidades prioritarias. El trabajo, muchas veces, se considera como una actividad que preferiría evitarse, si se pudiera encontrar otra forma de conseguir los satisfactores a nuestras necesidades.

Si bien el trabajo es mucho más (algo fundamental para el desarrollo y la plenitud personal), las condiciones en las que algunas “actividades laborales” son planteadas, dan motivo fundado para expresiones y juicios populares como los señalados anteriormente. Largas jornadas laborales que afectan el estado de salud de las personas; retribuciones económicas que no respaldan un nivel de vida digno; exigencia de responsabilidades que no corresponden a los puestos; maltrato por parte de los superiores y de compañeros (desde insultos a insinuaciones, de indiferencia a desprestigio); asignación desmesurada de tareas a una persona o área; mala distribución de las tareas entre los trabajadores y/o injusta asignación de los reconocimientos; son sólo algunos ejemplos no restringidos a experiencias de tiempos remotos o a aquellos ámbitos cuyas condiciones son generalmente deplorables: maquiladoras, minería, sector agrario, empresas de outsourcing, etc.

En el desarrollo cotidiano de la función jurisdiccional y de las actividades administrativas y de apoyo que la posibilitan ¿se presentará alguna de estas circunstancias? Conocer el índice de enfermedades producidas por el estrés o cansancio, o el índice de divorcios y separaciones en las que uno de los factores decisivos fue la desproporción de tiempo dedicado al ámbito laboral, puede ser un indicador interesante. Mientras tanto, cada uno puede evaluar si en su ámbito laboral existen estas situaciones y, de ser así, reflexionar la vía más prudente para reconsiderar el rumbo.

Desde luego, este tipo de supuestos se estiman como excepciones, pero su existencia no puede desconocerse y debe denunciarse. Si el trabajo es hoy un mero mecanismo instrumental para obtener recursos, si algunos trabajadores han perdido el sentido de entrega y compromiso, si se ha llegado en el contexto jurisdiccional a lamentables casos de mediocridad burocrática o de servilismo acrítico, las razones pueden estar vinculadas a vicios como los enunciados.

Ciertamente, debería superarse esta visión mercantilista y enajenante del trabajo, tanto por parte de quienes lo realizan, como por parte de quienes lo contratan. En esta tarea, la ética tiene mucho por decir.

Desde la primera mitad del siglo XX, comenzó a ponerse acento en el ambiente laboral como un elemento clave en la producción de las empresas. La experiencia demostró que favoreciendo las condiciones de trabajo, los trabajadores resultaban más productivos, beneficiando a la larga las ganancias de la empresa. Así, la administración privada empezó a revalorar uno de los elementos básicos de la producción: el trabajo (posteriormente denominado: recursos humanos). El enfoque no deja de ser economicista, apelar a la racionalidad instrumental y “cosificar” (tratar como cosas), en cierta forma, a los seres humanos; sin embargo, esta nueva perspectiva, puede ser un inicio para tomar consciencia de la importancia del factor humano.

Hoy parece una cuestión evidente y natural que las instituciones públicas y privadas contemplen en sus estructuras áreas enfocadas a los “recursos humanos” y su desarrollo. Hay un nuevo auge de estudios universitarios realizados para demostrar la conveniencia de un mejor ambiente laboral. Surge la consciencia de nuevas problemáticas cuya superación proyecta una reconsideración positiva del trabajo. Hoy se habla de mobbing para referirse al acoso laboral (un fenómeno tan amplio y complejo que abarca desde el incumplimiento expreso de derechos laborales, hasta el sutil pero constante ataque a la integridad y desarrollo psicológico de los trabajadores), con la intención de superarlo.

Reconsiderar el valor del ser humano y del trabajo como una dimensión en la que él mismo encuentra vías de realización es parte de la ética. El trabajo cobra sentido cuando los seres humanos nos entendemos en comunidad, como seres sociales. El esfuerzo desplegado, las habilidades puestas en acción para el cumplimiento del trabajo tienen su auténtica razón de ser cuando inciden en dos aspectos: i) en el perfeccionamiento de la persona que realiza la actividad, al potencializar sus capacidades y, ii) en el impacto de dicha actividad para el bienestar de las personas con las que convivimos. Ambos aspectos resultan generadores de satisfacción personal y, por ello, el trabajo debería entenderse como una parte del desarrollo integral de la persona, una parte de la felicidad.

Esto es más simple y real de lo que parece. Cuando se realiza una actividad desplegando las capacidades y obteniendo el objetivo planteado, surge cierta sensación satisfactoria. Esto es el trabajo. Cierto es que las condiciones actuales a menudo nos condicionan a enfocar nuestro esfuerzo y actividad a objetivos desvinculados de nuestros propios intereses y gustos. Las condiciones que genera el mercantilismo de nuestras sociedades suele atentar contra el desenvolvimiento de las personas. No todos trabajan en donde quisieran. Antes de la satisfacción por el trabajo se encuentra la necesidad de comer. Pero la ética propone por ello un reto que comienza en nuestra persona. Conmina al perfeccionamiento de cada uno y al hacerlo, invita a la lucha para cambiar las condiciones, a la lucha para que el trabajo cobre sus auténticas dimensiones.

La ética no se agota en sugerir al trabajador una actitud nueva, una reconsideración de lo que el trabajo implica, sino que precisamente por llamar a esa consciencia, la ética se convierte en una exigencia de condiciones favorables. El trabajo no es sólo la búsqueda de una ganancia material, el trabajo es el medio para el desarrollo personal. Por tanto, no puede perderse de vista a la persona, al trabajador, pues las personas son el fin de toda actividad. Subsumir, desaparecer, intimidar, condicionar o amenazar a las personas, supuestamente en favor de la empresa o institución, es una especie de totalitarismo laboral.

Si el trabajo es fundamental no por ello lo es todo. Las personas no se reducen a su ámbito laboral, tienen otras muchas dimensiones: la familiar, la dirigida a la convivencia social por esparcimiento, el ámbito del necesario descanso, etc. Las jornadas extenuantes de trabajo, por más “indispensables” e “insoslayables” para el compromiso institucional, atentan contra la dignidad y desvirtúan el sentido del trabajo al instrumentalizar a la persona. Ningún trabajo vale sacrificar la salud y el equilibrio físico y mental. La ética, si tiende al bien del ser humano, no puede admitir situaciones que atenten contra su bienestar.

Lo relativo a la exigencia de condiciones favorables también ha sido considerado por la ética judicial, a través de las denominadas idoneidades gerenciales. En este rubro se encuentra la adecuada administración del juzgado (y, por extensión, de cualquier área administrativa o jurisdiccional), incluyendo la exigencia a los titulares (o a todos aquellos con personal a su cargo) de: cumplir con el horario laboral; llevar un buen control de los recursos materiales, para evitar caer en excesos y gastos innecesarios o, por el contrario, impedir el funcionamiento apropiado por carencia de recursos; seleccionar al personal adecuado para las funciones requeridas; asignar las tareas de acuerdo con los puestos, aptitudes y perfiles de cada uno de los trabajadores, buscando potencializar sus capacidades (tanto para lograr un mejor cumplimiento de las tareas, como para impulsar el crecimiento profesional de los propios trabajadores); mantener una justa distribución de las cargas laborales así como de los reconocimientos; y, por supuesto, evitar situaciones o condiciones que afecten la armonía en el desarrollo del trabajo o atenten contra la integridad física y mental de los trabajadores. Estas idoneidades son despliegue de la virtud del profesionalismo, de la prudencia, pero sobre todo, del humanismo.

La ética judicial supone que un buen servidor judicial habrá de tener la empatía y la consciencia suficiente como para saber el valor del tiempo, de la salud y del desarrollo personal de sus compañeros de trabajo y subordinados.

Para leer más:
- BEUCHOT, Mauricio, “El trabajo” en Los principios de la filosofía de Santo Tomás. Líneas generales del pensamiento sociopolítico de santo Tomás de Aquino, IMDOSOC, México, 2002, pp. 67-77.

- Casos prácticos de Ética Judicial, I, SCJN, México, 2011, pp. 169-207. Particularmente consultar la Guía de prácticas para el ámbito jurisdiccional.

- LINHART, Robert, De cadenas y de hombres, Siglo XXI, México, 2005.

Un momento de humor:
“Oportunidad para reflexionar sobre el Humanismo en el trabajo”

Se encuentra el Director de una empresa en su inmenso despacho, sin nada que hacer y planeando su fin de semana, cuando de pronto se le viene a la cabeza una pregunta: ¿Salir a cenar con mi secretaria, es trabajo o placer?
Al rato llama al Gerente de Recursos Humanos, que estaba leyendo el diario y le plantea: ¿Salir a cenar con mi secretaria, es trabajo o placer? El Gerente de Recursos Humanos responde: Pues no lo sé, tendría que estudiarlo. El Director le da una hora para responder.
El Gerente de Recursos Humanos, intrigado y con cierta preocupación, acude al Jefe de Personal y le pregunta, que el Director salga a cenar con su secretaria, ¿es un acto de trabajo o de placer? El Jefe de Personal (que estaba “navegando” en Internet), le responde que no sabe, por lo que el Gerente de Recursos Humanos le da 45 minutos para averiguarlo y buscar jurisprudencia y doctrina al respecto.
El Jefe de Personal le traslada la pregunta a uno de los asesores de mayor rango, el cual estaba ocupado preparándose un té y contando lo que haría el fin de semana. Por supuesto, tampoco sabía la respuesta.
Al final, la pregunta le llega a uno de los empleados de menor jerarquía, que tiene el escritorio lleno de expedientes por archivar, varios correos electrónicos por contestar, media docena de personas para atender, pilas de legajos para completar, quince telegramas para despachar, y como si fuera poco, un parcial en un par de horas en la Facultad. En fin, atorado hasta “el tope” con trabajo pendiente. Su jefe le dice que tiene 5 minutos para decirle si el hecho de que el Director salga a cenar con su secretaria es un acto de trabajo o placer.
Sin siquiera levantar la vista ni parar de escribir en su computadora, el empleado responde inmediatamente: es placer. Su jefe, intrigado por la rápida respuesta, le pregunta: ¿Y cómo ha llegado tan rápidamente a esa conclusión?, a lo que el empleado contesta: porque si fuera trabajo, seguro tendría que salir a cenar con ella Yo!!!!!!