martes, 6 de diciembre de 2011

“Nepo”: El Baluarte Mexicano

Por Francisco Javier Arroyo Arellanes


Muchas veces creemos que los actos de heroísmo no son más que cosas que suceden en los grandes países de occidente o en los intensos pasajes de la historia, pero lo que contaré en seguida tiene que ver con la fortaleza que necesita nuestro país, tiene que ver con la valentía de los pobladores y sobretodo con los valores y el nacionalismo que deben tener los niños que son el futuro de este hermoso país.

Corría el año de 1866 y en el hermoso pueblo de Santiago Miahuatlán, ubicado en la parte sur del estado de Oaxaca vivía un niño de 11 años llamado Juan Nepomuceno, de gran bondad, sincero, inteligente y lleno de inquietudes; travieso como todo niño, era un gran conocedor de toda la región, lo mismo le daba trepar por un frondoso roble o un nogal, que introducirse a alguna cueva o algún pasadizo secreto, de esos que construyeron sus antepasados los Mixtecos y Zapotecos.
Nepo”, como le llamaban los pobladores de aquel bello lugar, era muy trabajador y apoyaba a su padre en el negocio familiar, una herrería llamada “Santiago Apóstol”,.Asistía en las mañanas a una pequeña aula, donde el anciano “Jacinto” les enseñaba a escribir, además de historia de México y, sobretodo, les inculcaba los valores humanos más importantes. Les decía su profesor “Chinto” que, “los niños son la ganancia de un país y entre mejor se les eduque mejor será su nación”. “Nepo” constantemente observaba estos valores en los adultos y los iba distinguiendo uno a uno. Se daba cuenta del comportamiento de su padre, “Don Evelio”, quien era muy trabajador, muy honesto, honrado, cariñoso y transparente, pues no decía mentiras y hablaba correctamente con sus vecinos y amigos. Además su padre era muy nacionalista, creía en los derechos, en la justicia y en la libertad del país. Su madre “Doña Jovita”, mujer honesta, trabajadora, sincera y hogareña, le decía a “Nepo” que “solo los hombres verdaderos llegaban a ser héroes”.
En esa época se escuchaba que había un presidente oaxaqueño que había surgido de la raza zapoteca y que con gran valentía hacía frente al enemigo extranjero. Rápidamente las malas noticias llegarían a “Santiago Miahuatlán”.
Se escucharon en la tarde las incesantes campanadas de la antigua parroquia; el sacerdote, “padre Severiano”, reunió a toda la población y les dijo: “Hijos míos, nos acaban de llegar malas noticias, se acerca a nuestro pueblo un ejercito extranjero, al parecer son franceses y para llegar a la capital de nuestro estado tienen que cruzar por nuestro poblado, necesitamos prepararnos y lamentablemente no tenemos armas, nosotros somos gente de paz pero también somos mexicanos y debemos enfrentarnos a esos invasores”, se escucharon infinidad de gritos y la gente alborotada alzaba las manos en señal de victoria, en ese momento pidió la palabra “Don Evelio”, quien dijo: “pueblo, somos un grupo de personas de paz y de trabajo, somos familia, que hemos nacido y vivido en este lugar por años y nuestros antepasados nos heredaron este hermoso sitio, lo trabajaron y defendieron y hoy nos toca hacer lo mismo, les pido en nombre de nuestros hijos y de nuestros descendientes que es hora de hacer lo que nos corresponde, brindar el honor a nuestro país y defenderlo como nunca, les pido que demostremos nuestro valor y nuestro principio de dignidad, luchemos en nombre de nuestra nación”.
Le correspondió el turno al anciano “Chinto”, quien tomo la palabra: “amigos, hermanos, familia, pueblo, es para mi muy triste mirar lo que sucede, pero nuestros antepasados también se enfrentaron a problemas similares y salieron victoriosos, hoy la historia nos pone un reto y sabremos salir adelante, aún sin armas, tenemos lo más importante, la inteligencia y además conocemos todos los rincones de esta zona, aprovechemos esto para vencer al enemigo, vamos adelante que saldremos victoriosos, ¡Viva México!”, y se escuchó un grito lleno de jubilo, era el alma de aquel pueblo que se enfrentaría a su propio destino, a su futuro, a su historia.
Pasaron dos días y los pobladores sin descanso trabajaban día y noche preparando sus rudimentarias armas. “Don Evelio” tenía ampolladas las manos pero no se cansaba de construir las vallas y los postes que servirían para detener al enemigo extranjero; los coheteros mientras tanto elaboraban mucha pólvora para los dos cañones que tenía el pueblo; las señoras preparaban tortillas y alimentos para los habitantes; otros más construían trincheras y hoyos que servirían de escondites para las mujeres y los niños; el pequeño “Nepo”, por su parte, se dedicó durante dos días a buscar piedras de río de regular tamaño para hacer una especie de muralla como de dos metros de alto y con una base muy sólida y además se subió a los nogales a buscar nueces, recolectando una cantidad considerable, era incansable, inagotable, era oaxaqueño.
Al tercer día comenzando a despuntar el sol, el pueblo se encontraba amurallado y a lo lejos ya se oían los tronidos de los cañones, así como las armas de fuego; de repente, se escucharon a lo lejos los galopes de unos caballos, que segundo a segundo se acercaban a toda prisa. De pronto, se hizo un silencio absoluto y, después, se escuchó un grito:
-       “Despejen la entrada en nombre del gobierno republicano”,
Alguien del pueblo contestó: ¿Quiénes son ustedes?, ¿Qué quieren?, a lo que aclararon:
-       Somos del ejército republicano, nos persiguen los invasores franceses
Enseguida el anciano “Chinto” dio la orden:“Abran la puerta, rápido”.
Eran doce soldados republicanos muy bien uniformados, los que se encontraban agotados, rendidos, unos llegaron heridos y los otros aterrorizados. Alguien de ellos dijo, “Son miles y vienen muy bien armados”, las caras de los pobladores se transformaron y el miedo se apoderó de ellos, pero inmediatamente “Don Evelio” replicó: “serán muchos y bien armados, pero nosotros tenemos inteligencia, valor y dignidad y no vamos a rendirnos ni a dejar de luchar, ¡Viva México!”. Inmediatamente todos los pobladores gritaron ¡viva México!.
Las mujeres atendieron a los soldados, “Nepo” los observó detenidamente y les preguntó, “¿Tienen miedo?”, ellos se quedaron desconcertados pero contestaron, “Claro que sí”. “Nepo” los volvió a cuestionar, “entonces ¿Por qué se metieron de soldados?”, se quedaron callados, no supieron que contestar.
En menos de cinco horas llegó el ejército invasor; rápidamente los coheteros iniciaron la batalla lanzando grandes bolas de cañón, las cuales volaban a través de los aires, después, los doce soldados, ya más repuestos, proseguían el ataque con sus rifles. Fue así como inició una de las grandes batallas ocurridas en esos años en el pueblo de “Santiago Miahuatlán”, perteneciente al precioso estado de Oaxaca. La batalla duró cinco días -sin descanso-; muchas bajas existieron por parte del ejército francés y otras más por parte del pueblo, que no se rindió, ni bajó la guardia. Nunca se llegó a registrar un suceso similar, un pueblo de civiles defendiendo a su nación.
Al atardecer del quinto día el alimentó escaseó y muchos pobladores se encontraban rendidos, la mayoría de los niños se refugiaron en las trincheras, eran pocos los que salían a apoyar a los pobladores, pero había un niño que llamaba la atención, era inagotable, incansable, era “Nepo”, llevaba y traía agua y cuando se enteró que el alimento escaseaba, se dirigió a su escondite y comenzó a limpiar sus nueces, consiguiendo una cantidad suficiente para la mayoría de los pobladores; era tal su entusiasmo que la gente se comenzó a animar y dejaron su cansancio; se habían terminado las balas de los cañones y se les ocurrió utilizar las piedras de río como balas de cañón, idea por demás arriesgada pero útil. Funcionaron a la perfección. Los franceses no se acercaban más, los pobladores sabían que tarde o temprano las piedras se acabarían y serían vencidos por falta de alimento. “Nepo” se encontraba inquieto y se dirigió a su padre a quien le dijo: “Padre, voy a salir a buscar alimento para todos, los arboles están llenos de fruta y en la noche puedo escabullirme y regresar antes de la mañana”, la madre se negó, algunos pobladores también, pero “Don Evelio” dijo: “Nepo”, eres un gran hombre, eres nuestro héroe y nuestro pueblo te vivirá agradecido y si ya no estamos, las futuras generaciones te valorarán, ve hijo y mucha suerte, ese es tu destino.
Oscureció y “Nepo”, que conocía todos los rincones de la zona, se dirigió a los túneles de los antiguos Zapotecos y Mixtecos y se introdujo en uno de ellos; pasaron las horas y el niño nunca apareció, transcurrió la mañana y todos los pobladores se encontraban entristecidos. “Don Evelio” pensó en rendirse pero el anciano “Chinto” le aclaró: “Evelio, escúchame, en las grandes batallas de la historia han caído muchos héroes que hoy son todavía recordados, tu hijo no es un sacrificio en vano, es nuestro héroe y vamos a seguir pase lo que pase hasta el fin, no somos cobardes y si él se arriesgó, ¿Por qué nosotros no hemos de hacerlo?”, Evelio contestó, con lágrimas en las mejillas: “tienes razón profesor, mi hijo es un héroe y siempre vivirá en cada uno de nosotros”. “Don Evelio” tomó una piedra de río, la introdujo en la boquilla del cañón y disparó, al mismo tiempo que gritaba ¡viva México!; inmediatamente se escuchó otro grito sonoro: ¡viva México y la República!, ¡fuera los franceses y su imperio! Se trataba de un gran contingente de soldados republicanos que se acercaban por el flanco izquierdo y derecho, rodeando de una forma muy certera a los invasores franceses que quedaron en medio de los casi mil soldados mexicanos que con gran jubilo gritaban “vivan los oaxaqueños”, “viva Miahuatlán”. En el flanco izquierdo se observaba a un pequeño niño que venía sobre un corcel blanco y, junto a este, el General José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, quien en señal de victoria alzó su mano derecha la cual empuñaba su preciosa espada dorada. Ese día la pesadilla para los habitantes de  “Santiago Miahuatlán” había terminado, la victoria era para Oaxaca y para México.
Días después, los habitantes de Miahuatlán recibirían en la Ciudad de Oaxaca algunas condecoraciones, como las preseas de “VALOR AL MÉRITO” y “AGRADECIMIENTO DE LA NACIÓN”, entre otras, pero el que recibió una condecoración especial fue el grandioso niño Juan Nepomuceno Meixueiro, quien desde ese día fue llamado  “EL BALUARTE MEXICANO”, debido a su entereza, esfuerzo, lucha, valentía, patriotismo y sobre todo, el respeto hacia su nación. Este premio lo recibió de manos del valiente indígena zapoteco oaxaqueño y Presidente de la República mexicana, Don Benito Pablo Juárez García, quien lo puso como ejemplo a los niños de México en ese año de 1866.
“Nepo” llegó a ser General del ejército mexicano y falleció en Oaxaca.
En su pueblo natal se erigió una enorme estatua, de un niño trepado en un nogal agarrando unas nueces, en la cual está escrito lo siguiente: “SÓLO LOS HOMBRES VERDADEROS LLEGAN A SER HEROES”.
 
Este cuento está dedicado a todos esos grandes héroes mexicanos que a pesar de su gran valor, entereza y lucha, han quedado en el olvido de los propios mexicanos, reciban hoy un reconocimiento y un homenaje por su lealtad al país.
      


lunes, 12 de septiembre de 2011

La exigencia ética como una vía para superar el acoso laboral

Por Juan Carlos Barrios Lira


“Cómo ha de ser de malo el trabajo que hasta pagan por hacerlo”, sostiene un dicho popular. Y la afirmación no es gratuita. Para muchos, por desgracia, el trabajo es sólo el medio para sobrevivir, la forma ingrata de obtener lo necesario para satisfacer las necesidades prioritarias. El trabajo, muchas veces, se considera como una actividad que preferiría evitarse, si se pudiera encontrar otra forma de conseguir los satisfactores a nuestras necesidades.

Si bien el trabajo es mucho más (algo fundamental para el desarrollo y la plenitud personal), las condiciones en las que algunas “actividades laborales” son planteadas, dan motivo fundado para expresiones y juicios populares como los señalados anteriormente. Largas jornadas laborales que afectan el estado de salud de las personas; retribuciones económicas que no respaldan un nivel de vida digno; exigencia de responsabilidades que no corresponden a los puestos; maltrato por parte de los superiores y de compañeros (desde insultos a insinuaciones, de indiferencia a desprestigio); asignación desmesurada de tareas a una persona o área; mala distribución de las tareas entre los trabajadores y/o injusta asignación de los reconocimientos; son sólo algunos ejemplos no restringidos a experiencias de tiempos remotos o a aquellos ámbitos cuyas condiciones son generalmente deplorables: maquiladoras, minería, sector agrario, empresas de outsourcing, etc.

En el desarrollo cotidiano de la función jurisdiccional y de las actividades administrativas y de apoyo que la posibilitan ¿se presentará alguna de estas circunstancias? Conocer el índice de enfermedades producidas por el estrés o cansancio, o el índice de divorcios y separaciones en las que uno de los factores decisivos fue la desproporción de tiempo dedicado al ámbito laboral, puede ser un indicador interesante. Mientras tanto, cada uno puede evaluar si en su ámbito laboral existen estas situaciones y, de ser así, reflexionar la vía más prudente para reconsiderar el rumbo.

Desde luego, este tipo de supuestos se estiman como excepciones, pero su existencia no puede desconocerse y debe denunciarse. Si el trabajo es hoy un mero mecanismo instrumental para obtener recursos, si algunos trabajadores han perdido el sentido de entrega y compromiso, si se ha llegado en el contexto jurisdiccional a lamentables casos de mediocridad burocrática o de servilismo acrítico, las razones pueden estar vinculadas a vicios como los enunciados.

Ciertamente, debería superarse esta visión mercantilista y enajenante del trabajo, tanto por parte de quienes lo realizan, como por parte de quienes lo contratan. En esta tarea, la ética tiene mucho por decir.

Desde la primera mitad del siglo XX, comenzó a ponerse acento en el ambiente laboral como un elemento clave en la producción de las empresas. La experiencia demostró que favoreciendo las condiciones de trabajo, los trabajadores resultaban más productivos, beneficiando a la larga las ganancias de la empresa. Así, la administración privada empezó a revalorar uno de los elementos básicos de la producción: el trabajo (posteriormente denominado: recursos humanos). El enfoque no deja de ser economicista, apelar a la racionalidad instrumental y “cosificar” (tratar como cosas), en cierta forma, a los seres humanos; sin embargo, esta nueva perspectiva, puede ser un inicio para tomar consciencia de la importancia del factor humano.

Hoy parece una cuestión evidente y natural que las instituciones públicas y privadas contemplen en sus estructuras áreas enfocadas a los “recursos humanos” y su desarrollo. Hay un nuevo auge de estudios universitarios realizados para demostrar la conveniencia de un mejor ambiente laboral. Surge la consciencia de nuevas problemáticas cuya superación proyecta una reconsideración positiva del trabajo. Hoy se habla de mobbing para referirse al acoso laboral (un fenómeno tan amplio y complejo que abarca desde el incumplimiento expreso de derechos laborales, hasta el sutil pero constante ataque a la integridad y desarrollo psicológico de los trabajadores), con la intención de superarlo.

Reconsiderar el valor del ser humano y del trabajo como una dimensión en la que él mismo encuentra vías de realización es parte de la ética. El trabajo cobra sentido cuando los seres humanos nos entendemos en comunidad, como seres sociales. El esfuerzo desplegado, las habilidades puestas en acción para el cumplimiento del trabajo tienen su auténtica razón de ser cuando inciden en dos aspectos: i) en el perfeccionamiento de la persona que realiza la actividad, al potencializar sus capacidades y, ii) en el impacto de dicha actividad para el bienestar de las personas con las que convivimos. Ambos aspectos resultan generadores de satisfacción personal y, por ello, el trabajo debería entenderse como una parte del desarrollo integral de la persona, una parte de la felicidad.

Esto es más simple y real de lo que parece. Cuando se realiza una actividad desplegando las capacidades y obteniendo el objetivo planteado, surge cierta sensación satisfactoria. Esto es el trabajo. Cierto es que las condiciones actuales a menudo nos condicionan a enfocar nuestro esfuerzo y actividad a objetivos desvinculados de nuestros propios intereses y gustos. Las condiciones que genera el mercantilismo de nuestras sociedades suele atentar contra el desenvolvimiento de las personas. No todos trabajan en donde quisieran. Antes de la satisfacción por el trabajo se encuentra la necesidad de comer. Pero la ética propone por ello un reto que comienza en nuestra persona. Conmina al perfeccionamiento de cada uno y al hacerlo, invita a la lucha para cambiar las condiciones, a la lucha para que el trabajo cobre sus auténticas dimensiones.

La ética no se agota en sugerir al trabajador una actitud nueva, una reconsideración de lo que el trabajo implica, sino que precisamente por llamar a esa consciencia, la ética se convierte en una exigencia de condiciones favorables. El trabajo no es sólo la búsqueda de una ganancia material, el trabajo es el medio para el desarrollo personal. Por tanto, no puede perderse de vista a la persona, al trabajador, pues las personas son el fin de toda actividad. Subsumir, desaparecer, intimidar, condicionar o amenazar a las personas, supuestamente en favor de la empresa o institución, es una especie de totalitarismo laboral.

Si el trabajo es fundamental no por ello lo es todo. Las personas no se reducen a su ámbito laboral, tienen otras muchas dimensiones: la familiar, la dirigida a la convivencia social por esparcimiento, el ámbito del necesario descanso, etc. Las jornadas extenuantes de trabajo, por más “indispensables” e “insoslayables” para el compromiso institucional, atentan contra la dignidad y desvirtúan el sentido del trabajo al instrumentalizar a la persona. Ningún trabajo vale sacrificar la salud y el equilibrio físico y mental. La ética, si tiende al bien del ser humano, no puede admitir situaciones que atenten contra su bienestar.

Lo relativo a la exigencia de condiciones favorables también ha sido considerado por la ética judicial, a través de las denominadas idoneidades gerenciales. En este rubro se encuentra la adecuada administración del juzgado (y, por extensión, de cualquier área administrativa o jurisdiccional), incluyendo la exigencia a los titulares (o a todos aquellos con personal a su cargo) de: cumplir con el horario laboral; llevar un buen control de los recursos materiales, para evitar caer en excesos y gastos innecesarios o, por el contrario, impedir el funcionamiento apropiado por carencia de recursos; seleccionar al personal adecuado para las funciones requeridas; asignar las tareas de acuerdo con los puestos, aptitudes y perfiles de cada uno de los trabajadores, buscando potencializar sus capacidades (tanto para lograr un mejor cumplimiento de las tareas, como para impulsar el crecimiento profesional de los propios trabajadores); mantener una justa distribución de las cargas laborales así como de los reconocimientos; y, por supuesto, evitar situaciones o condiciones que afecten la armonía en el desarrollo del trabajo o atenten contra la integridad física y mental de los trabajadores. Estas idoneidades son despliegue de la virtud del profesionalismo, de la prudencia, pero sobre todo, del humanismo.

La ética judicial supone que un buen servidor judicial habrá de tener la empatía y la consciencia suficiente como para saber el valor del tiempo, de la salud y del desarrollo personal de sus compañeros de trabajo y subordinados.

Para leer más:
- BEUCHOT, Mauricio, “El trabajo” en Los principios de la filosofía de Santo Tomás. Líneas generales del pensamiento sociopolítico de santo Tomás de Aquino, IMDOSOC, México, 2002, pp. 67-77.

- Casos prácticos de Ética Judicial, I, SCJN, México, 2011, pp. 169-207. Particularmente consultar la Guía de prácticas para el ámbito jurisdiccional.

- LINHART, Robert, De cadenas y de hombres, Siglo XXI, México, 2005.

Un momento de humor:
“Oportunidad para reflexionar sobre el Humanismo en el trabajo”

Se encuentra el Director de una empresa en su inmenso despacho, sin nada que hacer y planeando su fin de semana, cuando de pronto se le viene a la cabeza una pregunta: ¿Salir a cenar con mi secretaria, es trabajo o placer?
Al rato llama al Gerente de Recursos Humanos, que estaba leyendo el diario y le plantea: ¿Salir a cenar con mi secretaria, es trabajo o placer? El Gerente de Recursos Humanos responde: Pues no lo sé, tendría que estudiarlo. El Director le da una hora para responder.
El Gerente de Recursos Humanos, intrigado y con cierta preocupación, acude al Jefe de Personal y le pregunta, que el Director salga a cenar con su secretaria, ¿es un acto de trabajo o de placer? El Jefe de Personal (que estaba “navegando” en Internet), le responde que no sabe, por lo que el Gerente de Recursos Humanos le da 45 minutos para averiguarlo y buscar jurisprudencia y doctrina al respecto.
El Jefe de Personal le traslada la pregunta a uno de los asesores de mayor rango, el cual estaba ocupado preparándose un té y contando lo que haría el fin de semana. Por supuesto, tampoco sabía la respuesta.
Al final, la pregunta le llega a uno de los empleados de menor jerarquía, que tiene el escritorio lleno de expedientes por archivar, varios correos electrónicos por contestar, media docena de personas para atender, pilas de legajos para completar, quince telegramas para despachar, y como si fuera poco, un parcial en un par de horas en la Facultad. En fin, atorado hasta “el tope” con trabajo pendiente. Su jefe le dice que tiene 5 minutos para decirle si el hecho de que el Director salga a cenar con su secretaria es un acto de trabajo o placer.
Sin siquiera levantar la vista ni parar de escribir en su computadora, el empleado responde inmediatamente: es placer. Su jefe, intrigado por la rápida respuesta, le pregunta: ¿Y cómo ha llegado tan rápidamente a esa conclusión?, a lo que el empleado contesta: porque si fuera trabajo, seguro tendría que salir a cenar con ella Yo!!!!!!

martes, 24 de mayo de 2011

Justicia para todos

¿Llevarías al límite tus ideales como abogad@?
¿Una persona con conductas "no normales" puede ser un buen juez?

Estas y otras interrogantes estarán a debate el 8 de junio de 2011.

Espero puedas acompañarme, me agradaría mucho intercambiar opiniones al respecto.

lunes, 16 de mayo de 2011

El Kimono Rojo


       Ciclo de Cine-debate
Ética y Argumentación Judicial”
P R E S E N T A
El Kimono Rojo
(Drama de 1925 totalmente restaurado, visto en México
hace más de 90 años)

Miércoles 18 de mayo de 2011
(17:00 hrs)
Sede Alterna Suprema Corte
de Justicia de la Nación
(Av. Revolución 1508, P.B., Col. Guadalupe Inn)

Comenta: Dr. Manuel González Oropeza
   

Informes: 4113 1000 ext. 6159

miércoles, 11 de mayo de 2011

La argumentación como una actividad de sentido común


Cantinflas: - Lo que yo decía Señor juez, ahí está el detalle… como yo dije, que casualidad por un perro, que a lo mejor era gato y éste lo traiva… y ora de que no y que sí y a la mejor, ora ya llegó, pues total yo creo ¿no?
Abogado defensor: - Claro, ya llegó, a poco yo iba… y luego el prestigio profesional… y luego el perro y el gato y el loro, yo ni modo, yo siempre lo he dicho y ahí está el detalle…y luego el toro que ordeñaron… y quién, y quién mató, y no aquí está el verdadero Leonardo… y no éste es inocente y el otro Leonardo también, y yo ni modo, yo siempre lo he dicho… y ya está y claro…y ahí está el golpe, ¿o no?
Agente del MP: - Ahí está el detalle señor juez, y estos que dijeron, porque total, usted, yo, nosots… y no, no Señor, las cosas por su propio peso… la justicia, viene para acá, nosots… allá, y estos acá, además uste es viejito, nunca se raja…
Juez: - Hay mira cómo eres, pero y yo y qué, verdad que no, oa que sí, na una tanteada, ahí está el detalle deveras, que es la identificación… o los dos van siendo Leonardos… e y por qué no lo dijo antes, porque arreglado aquello desde el principio, porque nosotros, verdad, desde el punto que dijimos… con razón decía que perro, ¿o no?
Cantinflas: - Ora sí, lo ven, todo aclarado, si hablando en cristiano se entiende la gente, ¿o no?
    (Ahí está el detalle, 1940, Director: Juan Bustillo Oro)

Aunque no nos percatemos, argumentamos constantemente. Generalmente las ideas que compartimos y sostenemos ante otras personas van acompañadas de cierta explicación y no carecemos del conocimiento e ingenio para defender nuestro criterio o conseguir nuestros objetivos. Cuando esas explicaciones tienen una coherencia adecuada, respondiendo a ciertas reglas, pueden considerarse como razones de justificación. En términos generales y simples eso es precisamente argumentar, dar razones para sostener una idea.

Si bien hace poco más de veinte años comenzó un impulso relevante a las reflexiones teóricas en torno a la interpretación y la argumentación jurídicas, sustentadas en gran parte en teorías filosóficas de principios del siglo XX, la practica argumentativa es tan antigua como el lenguaje mismo. De hecho, esta es una razón que hace a la argumentación parte de nuestra vida cotidiana.

En la célebre película de Cantinflas Ahí está el detalle, es claramente reflejado el juego del lenguaje. El lío en que se ve envuelto Cantinflas tiene como uno de los temas principales la confusión que genera la palabra “perro”. Desde el inicio de la película, a Cantinflas se le pide matar a un perro enfermo de rabia, accediendo a hacerlo después de una simpática resistencia. En un momento determinado de la trama, un defraudador es asesinado y Cantinflas (quién se ha estado haciendo pasar por otra persona) es acusado del delito. Así, durante el juicio correspondiente, mientras Cantinflas utiliza la palabra “perro” para referirse al animal que efectivamente había matado, el resto de los presentes la entienden como un insulto utilizado por Cantinflas para nombrar a la víctima del crimen.

En La vida inútil de Pito Pérez, José Rubén Romero narra un pasaje donde el protagonista se vale de la ambigüedad de una palabra para burlar a un tendero:

… Desde el banco en donde me encontraba sentado, veía un comercio grande, muy surtido, quizá el mejor del pueblo, atestado de marchantes en aquella primera hora de la mañana. Dos o tres dependientes, en mangas de camisa, atendían a los parroquianos, y un viejo calvo, ganchudo como alcayata, tal vez el dueño del negocio, escribía ensimismado sobre un libro de cuentas. En lo más alto de las armazones de la tienda, con sus faldas amponas y azules, alineábamos grandes pilones de azúcar, ostentando orgullosos su marca de fábrica: Hacienda de Cahulote.
Me vino la idea de apoderarme, por medio de un ardid atrevido, de una de aquellas codiciadas pirámides. Entré al comercio, y dirigiéndome a uno de los dependientes, le pedí un centavo de canela. ¡Mi única moneda superviviente!
Cuando tuve la raja en la mano acerquéme al dueño del comercio, y enseñándole mi compra le pedí por favor, poniendo cara de perro humilde, un piloncito de azúcar
“-Qué te lo den”- contestó el viejo. Fui al otro extremo del mostrador y con tono garboso dije a otro de los dependientes:
“-Dice el amo que me dé un pilón de azúcar”- apuntando con el dedo uno de los panes que moraban cerca del techo. El dependiente, desconfiado, preguntó en voz alta a su jefe:
“-¿Se le da un pilón de azúcar a este muchacho?” A lo que el viejo contestó afirmativamente, sin levantar los ojos del libro y creyendo que se trataba de un piloncito con qué endulzar una taza de canela
El dependiente bajó el pan de azúcar y yo salí con él en brazos…

Estos dos picarescos ejemplos ponen en práctica lo que teóricos notables han identificado como “textura abierta” del lenguaje y que es un primer dato de consideración al momento de argumentar. Cuando se pone en práctica este ejercicio de argumentación, se debe ser atento a estar entendiendo lo mismo con una palabra, con el peligro que, de no hacerlo, fácilmente nos encontraríamos en un enredo como el de Cantinflas.

Evadir el enredo en la interacción con los otros es un objetivo manifiesto para evitar conflictos. Por ello, otro aspecto importante de la argumentación es la claridad del lenguaje. Es no sólo una demanda de los desarrollos teóricos actuales muy ligados a la ética, sino una exigencia de sentido común. Nuevamente Pito Pérez puede ejemplificar aquel aspecto por el que la ética ligada a la argumentación reclama claridad y simplicidad:

“-¿Qué te pareció mi sermón, Pito Pérez?”
“-Muy bien, padre, sobre todo esa figura tan bonita de nuestro tierno regazo; pero le faltó lo principal para conmover a los fieles: el latín, que es lo único que hace llorar en el templo a los piadosos oyentes”.
“Te diré: sólo los domingos hablo así, porque es el día que bajan los rancheros a misa y no entienden de otra manera”.
“- Ahí está el chiste, padre, que no le entiendan para que piensen que es usted un sabio. Los médicos también llaman a las enfermedades por sus nombres científicos delante de los dolientes, porque si les dieran sus nombres vulgares, los enfermos se atenderían solos, con infusiones de malvas o con ladrillos calientes”.

Las razones que se dan para sostener algo deben ser claras si han de ser auténticas razones. En el ámbito judicial esta exigencia vinculada a la ética bajo la forma de la “motivación judicial” tiene importancia también porque es una vía de legitimación del juez. Mientras los otros órganos gubernamentales (ejecutivo y legislativo) obtienen su legitimación a través de la vía democrática, el órgano judicial, dada su naturaleza técnico-jurídica, no puede apelar (por lo menos directamente) a esta vía de legitimación, por lo que es en la corrección argumentativa y en la justicia de sus decisiones en donde ha de encontrar su legitimidad funcional. Así, el artículo 19 del Código Iberoamericano de Ética Judicial especifica: “Motivar supone expresar, de manera ordenada y clara, razones jurídicamente válidas, aptas para justificar la decisión”,

De ahí que a la argumentación se ligue la transparencia y la exhaustividad. A la hora de defender una idea o una decisión, de dar razones para sustentarla, se sigue el método infalible de los niños: preguntar invariable e incansablemente ¿por qué? No vale en el proceso el “porque sí”, “porque lo digo yo, porque así lo quiero”; el primer caso es no argumentar, el segundo es una imposición. En cualquier diálogo estas respuestas no se aceptarían, como no se aceptan en la “motivación judicial”.

El orden y coherencia que pide la argumentación en el campo judicial establece una cadena de razones que puede ser seguida a través del cuestionamiento continuo del ¿por qué? Algunos teóricos afirman la conveniencia de sumar dos cuestionamientos al anterior ¿usted por qué o cómo lo sabe?, y ¿esto que usted dice qué relación tiene con lo anterior? Si se observa, ambas preguntas son muy pertinentes y atienden nuevamente al sentido común. Es importante a la hora de evaluar razones considerar la fuente de donde vienen, así como es relevante cuidarse de falsos razonamientos. Esto lo aplicamos cotidianamente. Cuando alguien nos pregunta por nuestra edad, generalmente no le damos por respuesta nuestro nombre. Si en una sentencia se afirma la responsabilidad penal de alguien, no se sustenta en su aspecto burlón. Hay ideas expuestas aparentemente para justificar algo con lo que en realidad no están relacionadas. Ir hasta el límite con estas interrogantes, puede abrir paso para demostrar ciertos absurdos.

De todos estos temas trató, con la solemnidad de un evento académico, el Congreso Internacional de Argumentación Jurídica celebrado en octubre (21 y 22) del año pasado, evento que espera muy pronto la publicación de las reflexiones de teóricos nacionales e internacionales.

Recomendación cinematográfica

“12 hombres en pugna”, 1957, Dirección: Sidney Lumet.

Un jurado de 12 hombres debe decidir el destino de un joven acusado de asesinar a su padre. Sólo uno de ellos sostiene la posibilidad de que el joven sea inocente y abre la puerta para poner en tela de juicio las certezas de los demás.

Película que muestra brillantemente la manera en que se va argumentando y contra argumentando lo que aparentemente son hechos incuestionables, poniéndolos a prueba a través de la razonabilidad y demostrando en ocasiones el absurdo de una imposición meramente subjetiva. Espejo interesante de los prejuicios que a veces dirigen el criterio de los seres humanos y el esfuerzo por superarlos en el marco de distintas personalidades.

Nota: La película resultó tan relevante que fue llevada al teatro y a la televisión, además de tener una adaptación bajo el enfoque femenino: “12 mujeres en pugna”. En México, incluso antes de ser llevada al teatro, la Directora Diana Cardoso Benia realizó en 2003 su adaptación cinematográfica con dicha visión femenina, proyecto en el que precisamente un grupo entusiasta de veteranas y jubiladas del Poder Judicial de la Federación actuaron.

Para leer más:

Para introducirse en el tema:

- WESTON, Anthony, Las claves de la argumentación, 10ª ed., Ariel, España, 2005.

Clásicos de argumentación jurídica:

- ALEXY, Robert, La Teoría de la argumentación jurídica, Centro de Estudios Constitucionales, España, 1989.

- ATIENZA, Manuel, El derecho como argumentación, Ariel, España, 2006.

Publicaciones de la SCJN:

- DEHESA, Gerardo, Introducción a la Retórica y a la Argumentación, 5ª ed., SCJN, México, 2009.

- GARCÍA AMADO, Juan Antonio, “La argumentación y su lugar en el razonamiento judicial sobre los hechos”, Criterio y Conducta. Revista Semestral del Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de Promoción y Difusión de la Ética Judicial, N. 8, SCJN, México, julio-diciembre 2010.
 

PRUDENCIA JUDICIAL Y JURISPRUDENCIA


En su obra “Platón: los seis grandes temas de su filosofía”, don Antonio Gómez Robledo hace una consideración más que favorable sobre el mítico Odiseo (Ulises), calificándolo de "el tipo más perfecto de hombre, en nuestra humilde opinión, que encontramos en toda la literatura griega"[1]. En su afirmación se refleja, más allá de las posturas, algo que fácilmente podemos intuir del protagonista de La Odisea: la presencia de ciertos rasgos de carácter que desde la antigüedad y hasta nuestros días son considerados valiosos, rasgos que constituyen la virtud (areté para los griegos). Odiseo como Aquiles es poseedor de aquel carácter valeroso, propio del guerrero, que resulta central para la Grecia de los tiempos homéricos; pero además, posee una cualidad que lo identifica. A lo largo de la Odisea, Homero no vacila en calificarlo continuamente de "paciente"[2] y con ello le atribuye algo más que una simple ausencia de desesperación o de impulsividad. Una adaptación cinematográfica del poema homérico resume en un diálogo (que no se halla como tal en la obra escrita) lo que la historia muestra de diversas maneras en cada pasaje:

Telemaco: No reconocerás tu casa. Cuando veas lo que han hecho querrás matarlos tanto como yo
Odiseo: Aún no es el momento de pelear. Debes aprender. Enojarse es fácil, pero enojarse con el hombre correcto, en el momento correcto y por la razón correcta, es muy difícil. ¿Comprendes?[3]

Odiseo es, para la Grecia de los tiempos homéricos, una excepción en los parámetros de virtud. En aquel contexto, las notas más representativas de la excelencia eran la fuerza y el valor del guerrero. Por ello, el gran referente heroico de la Ilíada es fundamentalmente Aquiles. Estos parámetros hacen que, aunque ya se vislumbra en el Odiseo homérico una peculiar sabiduría asociada a la virtud, ésta se encuentre un tanto más ligada a la astucia y la sagacidad. Odiseo es considerado como hombre sabio, pero su sabiduría no es la de una persona dedicada a la especulación. En principio, este particular tipo de “sabiduría” sigue vinculada a los parámetros culturales de una Grecia bélica, por lo que la excelencia de Odiseo recae en una indispensable función: la Estrategia. Odiseo no es sólo quien engaña al cíclope y supera el peligro de las sirenas, sino también es quien lleva a buen término la artimaña del caballo que dará la victoria en Troya.

Este vínculo con la astucia (también Homero califica de “ingenioso” a Odiseo y Sófocles en su tragedia Ayáx, le nombrará en boca del protagonista “astuto zorro”) que tiene este peculiar tipo de sabiduría desde su origen no se perderá. Para Kant, por ejemplo, “la habilidad para elegir los medios conducentes al mayor posible bienestar propio, podemos llamarla sagacidad…el imperativo que se refiere a la elección de los medios para la propia felicidad, esto es, el precepto de la sagacidad, es hipotético[4] y con ello, aparentemente estamos ajenos a la consideración ética del fin y al deber. Cierto es que Aristóteles consideró que “parece propio del hombre prudente el ser capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y conveniente para sí mismo”[5] y que Tomás de Aquino consideró a la sagacidad como parte de la prudencia[6], pero ambos filósofos clásicos dieron un contenido mayor a este peculiar tipo de sabiduría (phronesis-prudentia).

El pasaje que hemos recogido de la adaptación cinematográfica y la alusión a la cualidad de hombre “paciente”, apuntan ya hacia un contenido más rico de aquel especial tipo de “sabiduría” que posee Odiseo, contenido que no se limita a la astucia o sagacidad. Ser paciente en la Odisea implica “conversar con el espíritu”, en definitiva, deliberar. No se puede saber quién es el “hombre correcto”, cuándo es el “momento correcto” y cuál es la “razón correcta”, si no se reflexiona al respecto bajo un cierto criterio de razón. Es verdad que la prudencia, desde la antigüedad está vinculada a la deliberación y que sólo se delibera, como expresa Aristóteles, “sobre los medios que conducen a los fines”[7]. Pero si consideramos que en Aristóteles los fines tienen una vinculación ontológica con el bien, en sentido objetivo y, por tanto, que el conocimiento de los fines se logra a través del intelecto (ya sea especulativo, ya sea práctico), entonces la prudencia aristotélica, este particular tipo de sabiduría vinculado a la determinación de los medios, está directamente relacionada con un criterio ético y no con una simple técnica. “La prudencia es la disposición que permite deliberar correctamente acerca de lo que es bueno o malo para el hombre (no en sí mismo, sino dentro del mundo; no en general, sino en tal o cual situación), y actuar, en consecuencia, como es conveniente”[8]

En este sentido ya se puede vislumbrar una compleja riqueza de la virtud de la prudencia, como cualidad que actúa tanto en el ámbito del entendimiento como en el de la voluntad. La prudencia fue de antiguo enmarcada en el plano de las virtudes intelectuales (dianoéticas) en tanto implica un cierto desenvolvimiento de la intelección. La deliberación, no pertenece al campo de la voluntad ciertamente, sino al del entendimiento. Pero la prudencia apunta también, en tanto deliberación y decisión, a la elección y a la acción (obrar humano) y por tanto, no se ubica en la especulación sino en la razón práctica. De ahí que la prudencia tenga características peculiares pues siendo una virtud intelectual, “dirige” su ámbito de acción a lo moral. “Es propio de la prudencia no sólo la consideración racional, sino la aplicación a la obra, que es el fin de la razón práctica”[9]

La prudencia condiciona así a todas las demás virtudes: sin ella, ninguna sabría lo que se debe hacer ni cómo alcanzar el fin (el bien) al que aspira… sin ella, la templanza, la fortaleza y la justicia no sabrían lo que hay que hacer ni cómo hacerlo; serían virtudes ciegas o indeterminadas (el justo amaría a la justicia sin saber cómo llevarla a la práctica, el valeroso no sabría qué hacer con su valor, etc.), del mismo modo que, sin ellas, la prudencia sería vacía o sólo sería habilidad.[10]

La prudencia es pues un saber deliberar, saber contemplar todos los matices de una circunstancia determinada (circunspección para Tomás de Aquino) para poder dirigir la acción hacia el fin, pero en la medida que es virtud, el fin para el que la prudencia delibera los medios, es un fin recto (la razón correcta) y por tanto condiciona los medios posibles que han de ser de la misma naturaleza: medios rectos. No vale la máxima utilitarista respecto de que el fin justifica los medios. La prudencia así caracterizada genéricamente, implica el recurso a la memoria y a la previsión, pues el determinar lo mejor en una circunstancia concreta supone experiencia en dichas circunstancias y, por tanto, conocimiento previo de la gama de posibles rumbos de acción y consecuencias, así como la capacidad imaginativa de proyectar rumbos y consecuencias no propiamente vividas: prever, ver antes de que algo suceda. Este es el sentido en que Odiseo conversa con su espíritu, se presenta opciones de acción y valora a través del razonamiento práctico, de la experiencia, la mejor opción (la opción correcta) de acuerdo con un fin recto.

Así, la prudencia incide en diversos momentos intelectivos y volitivos. Incide en la deliberación, en la decisión, en la elección y en la acción, al constituir la “recta razón en el obrar”[11]. En términos de Tomás de Aquino, en la prudencia se pueden encontrar tres actos: “el consejo, al que pertenece la invención, puesto que, como dijimos, aconsejar es indagar; el segundo es juzgar de los medios hallados. Ahí termina la razón especulativa. Pero la razón práctica, ordenadora de la acción procede ulteriormente con el tercer acto, que es el imperio, consistente en aplicar a la operación esos consejos y juicios”[12].

La prudencia es una virtud que concierne a la vida en general, pero los actos que implica o bien, los momentos en que actúa, parecen ya muy cercanos a la actividad jurisdiccional.
La iurisdictio consiste en “decir el derecho”, pero esta noción latina tiene un contenido especial. Decir el derecho en el contexto greco-romano es determinar lo justo (iustum) en el caso concreto, por lo que el juez tiene como virtud esencial la de actualizar la justicia. El ius y el iustum se establecen como fin en la función del juzgador, pero sólo puede alcanzar dicho fin el que tiene un peculiar tipo de sabiduría para hacerlo. Sólo aquel que posee las cualidades para poder “indagar” o deliberar la gama de opciones que presenta una situación determinada; para poder juzgar, decidir y elegir, alguna de las opciones que arroja la situación, y para imperar, llevar a la acción dicha deliberación y decisión, es quien puede llegar al fin de la justicia. Este es el jurisprudente, que aplica la virtud de la prudencia en el ámbito de la justicia.



La prudencia judicial es, entonces, la puesta en práctica de estas cualidades que supone la prudencia al servicio de la justicia. Es ese saber práctico que permite identificar lo que es justo en unas circunstancias concretas, pero que también mueve a ordenar que dicho acto justo se realice. Son la deliberación, decisión y ejecución de lo justo los actos o momentos de la prudencia judicial.

Ahora bien, el resultado de la actualización de la prudencia judicial que realiza el jurisprudente generará, desde el ámbito romano, una noción tan rica y compleja como las consideraciones anteriores: la jurisprudencia.

El derecho romano entendía a la jurisprudencia como sapientia, es decir, como saber, que en la antigüedad, como se ha apuntado, es intelectual y ético; el que sabe, sabe para hacer querer hacer, mueve la voluntad de los demás hacia aquello que les ofrece como un conocimiento más cierto y más válido, Cicerón llama a este saber frónesis, “rerum expetendarum fugiendarum scientia[13] la ciencia que nos lleva a esperar unas cosas y huir de otras. La jurisprudencia entonces es un conocimiento profundo de la vida[14].

Gayo decía de los jurisconsultos romanos “rendimos culto a la justicia y profesamos el saber de lo bueno y de lo justo, separando lo justo de lo injusto, discerniendo lo lícito de lo ilícito, anhelando hacer buenos a los hombres, no sólo por el temor de los castigos, sino también por el estímulo de los premios, dedicados si no yerro, a una verdadera y no simulada filosofía”[15] La jurisprudencia es una actividad trascendente y permanente en sí misma, puesto que implica distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto; esta labor de selección[16] requiere de hombres prudentes, de hombres sabios y virtuosos. La jurisprudencia, en sus orígenes, persigue fines que van más allá de la explicación de la ley.

En los diferentes conceptos de jurisprudencia que se manejan a través de la historia, existen puntos comunes que derivan del origen mismo del concepto: la idea de conformar un saber práctico; la aspiración a organizar la práctica a través de principios que puedan servir en un futuro; el uso de una experiencia acumulada de este saber práctico que persigue como fin la mejora del conocimiento del derecho. La jurisprudencia es así una institución, pero también un método, un arte y, en términos antiguos, una ciencia de lo justo y lo injusto.

Podemos dividir los conceptos sobre jurisprudencia en dos grandes grupos. En el primero tenemos aquellos conceptos que hablan de la jurisprudencia como ciencia del derecho. En este sentido, suele apelarse a la etimología de la palabra que une las ideas de derecho y de prudencia, por lo que se entendería como el modo en que se descubre el derecho o lo justo aplicando la virtud de la prudencia. Jurisprudencia es en cierto modo un hacer lo que corresponde en cada situación. La imagen rescatada en este grupo, en cualquier caso, vincula a la jurisprudencia con un saber práctico, basado en la realidad humana y en un ejercicio racional, que es el juicio. En este grupo se inscriben también definiciones, como la anglosajona, que entienden la jurisprudencia como teoría del orden jurídico positivo, por lo que jurisprudence equivale a explicar cómo y de qué manera surge el derecho en general[17].

Existe un segundo grupo de definiciones que hacen referencia a la jurisprudencia como conjunto de sentencias o criterios de los tribunales. Para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por ejemplo, la jurisprudencia "es la obligatoria interpretación y determinación del sentido de la ley..."; y también, "…un medio de desentrañar el sentido de la ley, para el efecto de que los juzgadores puedan aplicar esta última en forma debida y con criterio uniforme, precisamente cuando pronuncien el fallo correspondiente..."[18].

En sentido estricto la jurisprudencia es la reiteración interpretativa que los tribunales de justicia legalmente establecidos, hacen en sus resoluciones, y constituye una de las fuentes del derecho junto con la ley, la doctrina y la costumbre. En otro sentido, se le denomina jurisprudencia al conjunto de fallos firmes y uniformes (cosa juzgada), dictados por los órganos jurisdiccionales de un Estado.

En cualquiera de los casos, la jurisprudencia tiene que ver con una actitud de constancia, ya sea porque es ciencia de lo justo, ya porque está relacionada con dos virtudes, la prudencia y la justicia, y como virtudes suponen un hábito bueno reiterado: “Otro de los grandes valores que manifiesta la jurisprudencia romana clásica es la observancia y respeto por la tradición, que simboliza una gran potencia en la vida jurídica romana, gravitas y constancia son para el romano las virtudes cardinales de la nación”[19].

La jurisprudencia necesita apoyarse en la tradición, en la experiencia; por eso Coke expresó su clásica frase “la vida del derecho no ha sido lógica, ha sido experiencia”. Sin embargo, la jurisprudencia busca la mayoría de las veces innovar con base en esta experiencia; esta sutil paradoja es para el romanista español, uno de los rasgos del derecho romano “El sabio concierto entre tradición y progreso. El Derecho, según lo entienden los romanos, tiene su basamento en unos principios. Tales principios, enraizados, a su vez en un mundo de creencias, sentimientos, impulsos, necesidades políticas, económicas y de otra varia suerte, no se vierten del todo, con precisiones contables o mesurables, en lo jurídico positivo. Sin embargo, en el todo que es la vida colectiva actúan, difusa e impalpablemente, cual complementos que aseguran la razón de ser, la vitalidad y la validez misma del Derecho”[20].


[1] GÓMEZ ROBLEDO, Antonio, “Platón: los seis grandes temas de su filosofía”, en Obras, 4, Filosofía, El Colegio Nacional, México, 2001, p. 350
[2] “Ulises, el héroe paciente” HOMERO, Odisea, Canto V, versos 171 y 354; “Ulises divino, el de heroica paciencia” Ibidem, Canto VI, verso 1. Se utiliza aquí la versión castellana de José Manuel Pabón, editada por Gredos, Madrid, 1982.
[3] Fragmento de la película The Odyssey (1997), dirigida por Andrey Konchalovskiy. Puede verse el fragmento citado en “The Odyssey Part 15”: http://www.youtube.com/watch?v=pealqwpv_sM&feature=related 
[4] KANT, Immanuelle, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, traducción de Manuel García Morente, Encuentro, Madrid, 2003, p. 50. Vid. también COMTE-SPONVILLE, André, Pequeño tratado de las grandes virtudes, traducción de Berta Corral y Mercedes Corral, Paidós, España, 2005, p. 39.
[5] ARISTÓTELES, Ética Nicomaquea, VI, 5, 1140a, 25-27. Se utiliza aquí la versión catsellana de Julio Pallí Bonet, editada por Gredos, Madrid, 2003.
[6] AQUINO, Tomás de, Suma Teológica, II, II, q. 49, a. 4. Se utiliza aquí la versión bilingüe editada por la Biblioteca de Autores Cristianos, T. VIII, Madrid, 1956.
[7] ARISTÓTELES, ÉN, III, 3, 1112b, 10-15; “El objeto de la deliberación entonces, no es el fin, sino los medios que conducen al fin” Ibidem; 1113a
[8] COMTE-SPONVILLE, André, Pequeño…, op. cit., pp. 40-41
[9] AQUINO, Tomás de, ST, II, II, q. 47, a. 3, Respuesta.
[10] COMTE-SPONVILLE, André, Pequeño…, op. cit., p. 41.
[11] AQUINO, Tomás de, ST, II, II, q. 47, a. 8, Respuesta.
[12] Idem.
[13] CICERON, De officis, 1, 43, 153.
[14] IGLESIAS, Juan, Derecho romano, Barcelona, Ariel, 2004, 15ª ed., p. 59.
[15] Instituttas, 1, 1, 4.
[16] Esta es una de las características que le atribuye Fritz Schulz a la jurisprudencia romana, el primer elemento de una ciencia el distinguir, citado por MAGALLÓN IBARRA, Jorge Mario, La senda de la jurisprudencia romano, México, UNAM, 2000, pp. 46 y ss.
[17] Murphy, Jeffrie G. y Coleman, Jules L., The Philosophy of Law: An Introduction to Jurisprudence, Boulder, CO. Westview Press, 1989.
[18] Apéndice al Semanario Judicial de la Federación 1917-1988, 2a. parte, salas y tesis comunes, p. 1696.
[19] MAGALLÓN IBARRA, Jorge Mario, La senda…, op. cit.,  p. 188.
[20] IGLESIAS, Juan, Derecho romano, op cit., pp. 54-55.