lunes, 12 de septiembre de 2011

La exigencia ética como una vía para superar el acoso laboral

Por Juan Carlos Barrios Lira


“Cómo ha de ser de malo el trabajo que hasta pagan por hacerlo”, sostiene un dicho popular. Y la afirmación no es gratuita. Para muchos, por desgracia, el trabajo es sólo el medio para sobrevivir, la forma ingrata de obtener lo necesario para satisfacer las necesidades prioritarias. El trabajo, muchas veces, se considera como una actividad que preferiría evitarse, si se pudiera encontrar otra forma de conseguir los satisfactores a nuestras necesidades.

Si bien el trabajo es mucho más (algo fundamental para el desarrollo y la plenitud personal), las condiciones en las que algunas “actividades laborales” son planteadas, dan motivo fundado para expresiones y juicios populares como los señalados anteriormente. Largas jornadas laborales que afectan el estado de salud de las personas; retribuciones económicas que no respaldan un nivel de vida digno; exigencia de responsabilidades que no corresponden a los puestos; maltrato por parte de los superiores y de compañeros (desde insultos a insinuaciones, de indiferencia a desprestigio); asignación desmesurada de tareas a una persona o área; mala distribución de las tareas entre los trabajadores y/o injusta asignación de los reconocimientos; son sólo algunos ejemplos no restringidos a experiencias de tiempos remotos o a aquellos ámbitos cuyas condiciones son generalmente deplorables: maquiladoras, minería, sector agrario, empresas de outsourcing, etc.

En el desarrollo cotidiano de la función jurisdiccional y de las actividades administrativas y de apoyo que la posibilitan ¿se presentará alguna de estas circunstancias? Conocer el índice de enfermedades producidas por el estrés o cansancio, o el índice de divorcios y separaciones en las que uno de los factores decisivos fue la desproporción de tiempo dedicado al ámbito laboral, puede ser un indicador interesante. Mientras tanto, cada uno puede evaluar si en su ámbito laboral existen estas situaciones y, de ser así, reflexionar la vía más prudente para reconsiderar el rumbo.

Desde luego, este tipo de supuestos se estiman como excepciones, pero su existencia no puede desconocerse y debe denunciarse. Si el trabajo es hoy un mero mecanismo instrumental para obtener recursos, si algunos trabajadores han perdido el sentido de entrega y compromiso, si se ha llegado en el contexto jurisdiccional a lamentables casos de mediocridad burocrática o de servilismo acrítico, las razones pueden estar vinculadas a vicios como los enunciados.

Ciertamente, debería superarse esta visión mercantilista y enajenante del trabajo, tanto por parte de quienes lo realizan, como por parte de quienes lo contratan. En esta tarea, la ética tiene mucho por decir.

Desde la primera mitad del siglo XX, comenzó a ponerse acento en el ambiente laboral como un elemento clave en la producción de las empresas. La experiencia demostró que favoreciendo las condiciones de trabajo, los trabajadores resultaban más productivos, beneficiando a la larga las ganancias de la empresa. Así, la administración privada empezó a revalorar uno de los elementos básicos de la producción: el trabajo (posteriormente denominado: recursos humanos). El enfoque no deja de ser economicista, apelar a la racionalidad instrumental y “cosificar” (tratar como cosas), en cierta forma, a los seres humanos; sin embargo, esta nueva perspectiva, puede ser un inicio para tomar consciencia de la importancia del factor humano.

Hoy parece una cuestión evidente y natural que las instituciones públicas y privadas contemplen en sus estructuras áreas enfocadas a los “recursos humanos” y su desarrollo. Hay un nuevo auge de estudios universitarios realizados para demostrar la conveniencia de un mejor ambiente laboral. Surge la consciencia de nuevas problemáticas cuya superación proyecta una reconsideración positiva del trabajo. Hoy se habla de mobbing para referirse al acoso laboral (un fenómeno tan amplio y complejo que abarca desde el incumplimiento expreso de derechos laborales, hasta el sutil pero constante ataque a la integridad y desarrollo psicológico de los trabajadores), con la intención de superarlo.

Reconsiderar el valor del ser humano y del trabajo como una dimensión en la que él mismo encuentra vías de realización es parte de la ética. El trabajo cobra sentido cuando los seres humanos nos entendemos en comunidad, como seres sociales. El esfuerzo desplegado, las habilidades puestas en acción para el cumplimiento del trabajo tienen su auténtica razón de ser cuando inciden en dos aspectos: i) en el perfeccionamiento de la persona que realiza la actividad, al potencializar sus capacidades y, ii) en el impacto de dicha actividad para el bienestar de las personas con las que convivimos. Ambos aspectos resultan generadores de satisfacción personal y, por ello, el trabajo debería entenderse como una parte del desarrollo integral de la persona, una parte de la felicidad.

Esto es más simple y real de lo que parece. Cuando se realiza una actividad desplegando las capacidades y obteniendo el objetivo planteado, surge cierta sensación satisfactoria. Esto es el trabajo. Cierto es que las condiciones actuales a menudo nos condicionan a enfocar nuestro esfuerzo y actividad a objetivos desvinculados de nuestros propios intereses y gustos. Las condiciones que genera el mercantilismo de nuestras sociedades suele atentar contra el desenvolvimiento de las personas. No todos trabajan en donde quisieran. Antes de la satisfacción por el trabajo se encuentra la necesidad de comer. Pero la ética propone por ello un reto que comienza en nuestra persona. Conmina al perfeccionamiento de cada uno y al hacerlo, invita a la lucha para cambiar las condiciones, a la lucha para que el trabajo cobre sus auténticas dimensiones.

La ética no se agota en sugerir al trabajador una actitud nueva, una reconsideración de lo que el trabajo implica, sino que precisamente por llamar a esa consciencia, la ética se convierte en una exigencia de condiciones favorables. El trabajo no es sólo la búsqueda de una ganancia material, el trabajo es el medio para el desarrollo personal. Por tanto, no puede perderse de vista a la persona, al trabajador, pues las personas son el fin de toda actividad. Subsumir, desaparecer, intimidar, condicionar o amenazar a las personas, supuestamente en favor de la empresa o institución, es una especie de totalitarismo laboral.

Si el trabajo es fundamental no por ello lo es todo. Las personas no se reducen a su ámbito laboral, tienen otras muchas dimensiones: la familiar, la dirigida a la convivencia social por esparcimiento, el ámbito del necesario descanso, etc. Las jornadas extenuantes de trabajo, por más “indispensables” e “insoslayables” para el compromiso institucional, atentan contra la dignidad y desvirtúan el sentido del trabajo al instrumentalizar a la persona. Ningún trabajo vale sacrificar la salud y el equilibrio físico y mental. La ética, si tiende al bien del ser humano, no puede admitir situaciones que atenten contra su bienestar.

Lo relativo a la exigencia de condiciones favorables también ha sido considerado por la ética judicial, a través de las denominadas idoneidades gerenciales. En este rubro se encuentra la adecuada administración del juzgado (y, por extensión, de cualquier área administrativa o jurisdiccional), incluyendo la exigencia a los titulares (o a todos aquellos con personal a su cargo) de: cumplir con el horario laboral; llevar un buen control de los recursos materiales, para evitar caer en excesos y gastos innecesarios o, por el contrario, impedir el funcionamiento apropiado por carencia de recursos; seleccionar al personal adecuado para las funciones requeridas; asignar las tareas de acuerdo con los puestos, aptitudes y perfiles de cada uno de los trabajadores, buscando potencializar sus capacidades (tanto para lograr un mejor cumplimiento de las tareas, como para impulsar el crecimiento profesional de los propios trabajadores); mantener una justa distribución de las cargas laborales así como de los reconocimientos; y, por supuesto, evitar situaciones o condiciones que afecten la armonía en el desarrollo del trabajo o atenten contra la integridad física y mental de los trabajadores. Estas idoneidades son despliegue de la virtud del profesionalismo, de la prudencia, pero sobre todo, del humanismo.

La ética judicial supone que un buen servidor judicial habrá de tener la empatía y la consciencia suficiente como para saber el valor del tiempo, de la salud y del desarrollo personal de sus compañeros de trabajo y subordinados.

Para leer más:
- BEUCHOT, Mauricio, “El trabajo” en Los principios de la filosofía de Santo Tomás. Líneas generales del pensamiento sociopolítico de santo Tomás de Aquino, IMDOSOC, México, 2002, pp. 67-77.

- Casos prácticos de Ética Judicial, I, SCJN, México, 2011, pp. 169-207. Particularmente consultar la Guía de prácticas para el ámbito jurisdiccional.

- LINHART, Robert, De cadenas y de hombres, Siglo XXI, México, 2005.

Un momento de humor:
“Oportunidad para reflexionar sobre el Humanismo en el trabajo”

Se encuentra el Director de una empresa en su inmenso despacho, sin nada que hacer y planeando su fin de semana, cuando de pronto se le viene a la cabeza una pregunta: ¿Salir a cenar con mi secretaria, es trabajo o placer?
Al rato llama al Gerente de Recursos Humanos, que estaba leyendo el diario y le plantea: ¿Salir a cenar con mi secretaria, es trabajo o placer? El Gerente de Recursos Humanos responde: Pues no lo sé, tendría que estudiarlo. El Director le da una hora para responder.
El Gerente de Recursos Humanos, intrigado y con cierta preocupación, acude al Jefe de Personal y le pregunta, que el Director salga a cenar con su secretaria, ¿es un acto de trabajo o de placer? El Jefe de Personal (que estaba “navegando” en Internet), le responde que no sabe, por lo que el Gerente de Recursos Humanos le da 45 minutos para averiguarlo y buscar jurisprudencia y doctrina al respecto.
El Jefe de Personal le traslada la pregunta a uno de los asesores de mayor rango, el cual estaba ocupado preparándose un té y contando lo que haría el fin de semana. Por supuesto, tampoco sabía la respuesta.
Al final, la pregunta le llega a uno de los empleados de menor jerarquía, que tiene el escritorio lleno de expedientes por archivar, varios correos electrónicos por contestar, media docena de personas para atender, pilas de legajos para completar, quince telegramas para despachar, y como si fuera poco, un parcial en un par de horas en la Facultad. En fin, atorado hasta “el tope” con trabajo pendiente. Su jefe le dice que tiene 5 minutos para decirle si el hecho de que el Director salga a cenar con su secretaria es un acto de trabajo o placer.
Sin siquiera levantar la vista ni parar de escribir en su computadora, el empleado responde inmediatamente: es placer. Su jefe, intrigado por la rápida respuesta, le pregunta: ¿Y cómo ha llegado tan rápidamente a esa conclusión?, a lo que el empleado contesta: porque si fuera trabajo, seguro tendría que salir a cenar con ella Yo!!!!!!

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