martes, 6 de diciembre de 2011

“Nepo”: El Baluarte Mexicano

Por Francisco Javier Arroyo Arellanes


Muchas veces creemos que los actos de heroísmo no son más que cosas que suceden en los grandes países de occidente o en los intensos pasajes de la historia, pero lo que contaré en seguida tiene que ver con la fortaleza que necesita nuestro país, tiene que ver con la valentía de los pobladores y sobretodo con los valores y el nacionalismo que deben tener los niños que son el futuro de este hermoso país.

Corría el año de 1866 y en el hermoso pueblo de Santiago Miahuatlán, ubicado en la parte sur del estado de Oaxaca vivía un niño de 11 años llamado Juan Nepomuceno, de gran bondad, sincero, inteligente y lleno de inquietudes; travieso como todo niño, era un gran conocedor de toda la región, lo mismo le daba trepar por un frondoso roble o un nogal, que introducirse a alguna cueva o algún pasadizo secreto, de esos que construyeron sus antepasados los Mixtecos y Zapotecos.
Nepo”, como le llamaban los pobladores de aquel bello lugar, era muy trabajador y apoyaba a su padre en el negocio familiar, una herrería llamada “Santiago Apóstol”,.Asistía en las mañanas a una pequeña aula, donde el anciano “Jacinto” les enseñaba a escribir, además de historia de México y, sobretodo, les inculcaba los valores humanos más importantes. Les decía su profesor “Chinto” que, “los niños son la ganancia de un país y entre mejor se les eduque mejor será su nación”. “Nepo” constantemente observaba estos valores en los adultos y los iba distinguiendo uno a uno. Se daba cuenta del comportamiento de su padre, “Don Evelio”, quien era muy trabajador, muy honesto, honrado, cariñoso y transparente, pues no decía mentiras y hablaba correctamente con sus vecinos y amigos. Además su padre era muy nacionalista, creía en los derechos, en la justicia y en la libertad del país. Su madre “Doña Jovita”, mujer honesta, trabajadora, sincera y hogareña, le decía a “Nepo” que “solo los hombres verdaderos llegaban a ser héroes”.
En esa época se escuchaba que había un presidente oaxaqueño que había surgido de la raza zapoteca y que con gran valentía hacía frente al enemigo extranjero. Rápidamente las malas noticias llegarían a “Santiago Miahuatlán”.
Se escucharon en la tarde las incesantes campanadas de la antigua parroquia; el sacerdote, “padre Severiano”, reunió a toda la población y les dijo: “Hijos míos, nos acaban de llegar malas noticias, se acerca a nuestro pueblo un ejercito extranjero, al parecer son franceses y para llegar a la capital de nuestro estado tienen que cruzar por nuestro poblado, necesitamos prepararnos y lamentablemente no tenemos armas, nosotros somos gente de paz pero también somos mexicanos y debemos enfrentarnos a esos invasores”, se escucharon infinidad de gritos y la gente alborotada alzaba las manos en señal de victoria, en ese momento pidió la palabra “Don Evelio”, quien dijo: “pueblo, somos un grupo de personas de paz y de trabajo, somos familia, que hemos nacido y vivido en este lugar por años y nuestros antepasados nos heredaron este hermoso sitio, lo trabajaron y defendieron y hoy nos toca hacer lo mismo, les pido en nombre de nuestros hijos y de nuestros descendientes que es hora de hacer lo que nos corresponde, brindar el honor a nuestro país y defenderlo como nunca, les pido que demostremos nuestro valor y nuestro principio de dignidad, luchemos en nombre de nuestra nación”.
Le correspondió el turno al anciano “Chinto”, quien tomo la palabra: “amigos, hermanos, familia, pueblo, es para mi muy triste mirar lo que sucede, pero nuestros antepasados también se enfrentaron a problemas similares y salieron victoriosos, hoy la historia nos pone un reto y sabremos salir adelante, aún sin armas, tenemos lo más importante, la inteligencia y además conocemos todos los rincones de esta zona, aprovechemos esto para vencer al enemigo, vamos adelante que saldremos victoriosos, ¡Viva México!”, y se escuchó un grito lleno de jubilo, era el alma de aquel pueblo que se enfrentaría a su propio destino, a su futuro, a su historia.
Pasaron dos días y los pobladores sin descanso trabajaban día y noche preparando sus rudimentarias armas. “Don Evelio” tenía ampolladas las manos pero no se cansaba de construir las vallas y los postes que servirían para detener al enemigo extranjero; los coheteros mientras tanto elaboraban mucha pólvora para los dos cañones que tenía el pueblo; las señoras preparaban tortillas y alimentos para los habitantes; otros más construían trincheras y hoyos que servirían de escondites para las mujeres y los niños; el pequeño “Nepo”, por su parte, se dedicó durante dos días a buscar piedras de río de regular tamaño para hacer una especie de muralla como de dos metros de alto y con una base muy sólida y además se subió a los nogales a buscar nueces, recolectando una cantidad considerable, era incansable, inagotable, era oaxaqueño.
Al tercer día comenzando a despuntar el sol, el pueblo se encontraba amurallado y a lo lejos ya se oían los tronidos de los cañones, así como las armas de fuego; de repente, se escucharon a lo lejos los galopes de unos caballos, que segundo a segundo se acercaban a toda prisa. De pronto, se hizo un silencio absoluto y, después, se escuchó un grito:
-       “Despejen la entrada en nombre del gobierno republicano”,
Alguien del pueblo contestó: ¿Quiénes son ustedes?, ¿Qué quieren?, a lo que aclararon:
-       Somos del ejército republicano, nos persiguen los invasores franceses
Enseguida el anciano “Chinto” dio la orden:“Abran la puerta, rápido”.
Eran doce soldados republicanos muy bien uniformados, los que se encontraban agotados, rendidos, unos llegaron heridos y los otros aterrorizados. Alguien de ellos dijo, “Son miles y vienen muy bien armados”, las caras de los pobladores se transformaron y el miedo se apoderó de ellos, pero inmediatamente “Don Evelio” replicó: “serán muchos y bien armados, pero nosotros tenemos inteligencia, valor y dignidad y no vamos a rendirnos ni a dejar de luchar, ¡Viva México!”. Inmediatamente todos los pobladores gritaron ¡viva México!.
Las mujeres atendieron a los soldados, “Nepo” los observó detenidamente y les preguntó, “¿Tienen miedo?”, ellos se quedaron desconcertados pero contestaron, “Claro que sí”. “Nepo” los volvió a cuestionar, “entonces ¿Por qué se metieron de soldados?”, se quedaron callados, no supieron que contestar.
En menos de cinco horas llegó el ejército invasor; rápidamente los coheteros iniciaron la batalla lanzando grandes bolas de cañón, las cuales volaban a través de los aires, después, los doce soldados, ya más repuestos, proseguían el ataque con sus rifles. Fue así como inició una de las grandes batallas ocurridas en esos años en el pueblo de “Santiago Miahuatlán”, perteneciente al precioso estado de Oaxaca. La batalla duró cinco días -sin descanso-; muchas bajas existieron por parte del ejército francés y otras más por parte del pueblo, que no se rindió, ni bajó la guardia. Nunca se llegó a registrar un suceso similar, un pueblo de civiles defendiendo a su nación.
Al atardecer del quinto día el alimentó escaseó y muchos pobladores se encontraban rendidos, la mayoría de los niños se refugiaron en las trincheras, eran pocos los que salían a apoyar a los pobladores, pero había un niño que llamaba la atención, era inagotable, incansable, era “Nepo”, llevaba y traía agua y cuando se enteró que el alimento escaseaba, se dirigió a su escondite y comenzó a limpiar sus nueces, consiguiendo una cantidad suficiente para la mayoría de los pobladores; era tal su entusiasmo que la gente se comenzó a animar y dejaron su cansancio; se habían terminado las balas de los cañones y se les ocurrió utilizar las piedras de río como balas de cañón, idea por demás arriesgada pero útil. Funcionaron a la perfección. Los franceses no se acercaban más, los pobladores sabían que tarde o temprano las piedras se acabarían y serían vencidos por falta de alimento. “Nepo” se encontraba inquieto y se dirigió a su padre a quien le dijo: “Padre, voy a salir a buscar alimento para todos, los arboles están llenos de fruta y en la noche puedo escabullirme y regresar antes de la mañana”, la madre se negó, algunos pobladores también, pero “Don Evelio” dijo: “Nepo”, eres un gran hombre, eres nuestro héroe y nuestro pueblo te vivirá agradecido y si ya no estamos, las futuras generaciones te valorarán, ve hijo y mucha suerte, ese es tu destino.
Oscureció y “Nepo”, que conocía todos los rincones de la zona, se dirigió a los túneles de los antiguos Zapotecos y Mixtecos y se introdujo en uno de ellos; pasaron las horas y el niño nunca apareció, transcurrió la mañana y todos los pobladores se encontraban entristecidos. “Don Evelio” pensó en rendirse pero el anciano “Chinto” le aclaró: “Evelio, escúchame, en las grandes batallas de la historia han caído muchos héroes que hoy son todavía recordados, tu hijo no es un sacrificio en vano, es nuestro héroe y vamos a seguir pase lo que pase hasta el fin, no somos cobardes y si él se arriesgó, ¿Por qué nosotros no hemos de hacerlo?”, Evelio contestó, con lágrimas en las mejillas: “tienes razón profesor, mi hijo es un héroe y siempre vivirá en cada uno de nosotros”. “Don Evelio” tomó una piedra de río, la introdujo en la boquilla del cañón y disparó, al mismo tiempo que gritaba ¡viva México!; inmediatamente se escuchó otro grito sonoro: ¡viva México y la República!, ¡fuera los franceses y su imperio! Se trataba de un gran contingente de soldados republicanos que se acercaban por el flanco izquierdo y derecho, rodeando de una forma muy certera a los invasores franceses que quedaron en medio de los casi mil soldados mexicanos que con gran jubilo gritaban “vivan los oaxaqueños”, “viva Miahuatlán”. En el flanco izquierdo se observaba a un pequeño niño que venía sobre un corcel blanco y, junto a este, el General José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, quien en señal de victoria alzó su mano derecha la cual empuñaba su preciosa espada dorada. Ese día la pesadilla para los habitantes de  “Santiago Miahuatlán” había terminado, la victoria era para Oaxaca y para México.
Días después, los habitantes de Miahuatlán recibirían en la Ciudad de Oaxaca algunas condecoraciones, como las preseas de “VALOR AL MÉRITO” y “AGRADECIMIENTO DE LA NACIÓN”, entre otras, pero el que recibió una condecoración especial fue el grandioso niño Juan Nepomuceno Meixueiro, quien desde ese día fue llamado  “EL BALUARTE MEXICANO”, debido a su entereza, esfuerzo, lucha, valentía, patriotismo y sobre todo, el respeto hacia su nación. Este premio lo recibió de manos del valiente indígena zapoteco oaxaqueño y Presidente de la República mexicana, Don Benito Pablo Juárez García, quien lo puso como ejemplo a los niños de México en ese año de 1866.
“Nepo” llegó a ser General del ejército mexicano y falleció en Oaxaca.
En su pueblo natal se erigió una enorme estatua, de un niño trepado en un nogal agarrando unas nueces, en la cual está escrito lo siguiente: “SÓLO LOS HOMBRES VERDADEROS LLEGAN A SER HEROES”.
 
Este cuento está dedicado a todos esos grandes héroes mexicanos que a pesar de su gran valor, entereza y lucha, han quedado en el olvido de los propios mexicanos, reciban hoy un reconocimiento y un homenaje por su lealtad al país.