miércoles, 11 de mayo de 2011

HISTORIA DE UN NOMBRE: "Raíz y Conciencia"

A menudo, las publicaciones que inician su vida editorial comienzan por dar cuenta de su nombre. El caso de este órgano informativo fue diferente, pues se optó por comenzar de lleno y dejar que los lectores, libremente, encontrarán su sentido en el marco de los contenidos y temas abordados. A casi cuatro años de su edición mensual, parece conveniente compartir algunas de las reflexiones que llevaron a elegir las nociones de “raíz” y “conciencia” como símbolo de identidad de esta publicación. Las razones que motivaron el nombre al interior del Instituto desde luego no son las únicas y desde luego que el sentido de cada una puede ser enriquecido con las diversas connotaciones que cada lector le atribuya.

Nombrar no es cosa intrascendente. Dice un dicho popular que “nombre es destino” y esto es porque desde ciertas perspectivas filosóficas y literarias, dar nombre a algo es darle existencia. No se pretende decir con esto que aquello que no tiene nombre no exista, en el sentido material de existencia, pero la relevancia existencial de nombrar algo incide en otorgarle una identidad en nuestra mente, en darle un sentido de clara realidad en nuestra inteligencia. Por eso para los egipcios de hace más de 2700 años, conocer el nombre de las cosas era, en cierta forma, poseerlas[1]. Y esto tiene sentido en tanto que el nombrar algo supone tener un concepto de ese algo, lo que para algunos estudiosos de la lógica supondría poseer el “ente intelectivo”

Con un tono distinto, el nombre sigue demostrando su importancia en la cultura popular. Los padres demuestran un relevante esmero en la elección del nombre de los hijos, por ejemplo. El nombre puede manifestar un gusto o preferencia, pero puede expresar más, un contenido profundo, un significado que da (o que identifica) dirección. Este es el caso que nos compete.
“Raíz y conciencia” no expresa sólo un gusto, sino un contenido que dirige, que apunta hacia lo que se identifica como fin. A nivel normativo las tareas de este Instituto quedaron fijadas en el Acuerdo 11/2006. Su campo de acción se proyectó hacia las amplias áreas de la jurisprudencia y la ética judicial, pero su objetivo en cierta medida es triple: investigar, difundir y promover. De esta manera, campos de acción y objetivo se conjuntan en el nombre de esta publicación.

Raíz
En su poema El árbol de los amigos Jorge Luis Borges expresó:

El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.


La raíz (radix) es un término que proviene del campo de la botánica, pero que proyecta connotaciones simbólicas muy ricas. La raíz es ante todo origen y fuente, aquello de lo que se parte y en lo que se sostiene la vida. En el poema de Borges la raíz es la base, el pasado y la vía por la que nos alimentamos. La raíz sostiene desde el inicio, crea y nutre, permitiendo el desarrollo. La raíz está presente en representaciones simbólicas tan fundamentales como la del axis mundi (eje del mundo) que a menudo utiliza la imagen del árbol para proyectar un orden cosmogónico de la realidad. El axis mundi insinúa los cuatro puntos cardinales, pero también trasciende la referencia meramente espacial al atribuir un contenido simbólico a las posiciones. La cúpula del árbol se asocia al nivel supramundano (celestial), mientras que el tronco alude a lo terrenal, estableciendo un puente con la raíz, propia del inframundo. Es importante advertir que la valoración simbólica del inframundo no es de ninguna manera negativa en las cosmovisiones en las que surge la representación del axis mundi; por el contrario, el inframundo es un ámbito del que se nutre la realidad y en muchos casos, como en el egipcio[2], constituye aquella zona primigenia de donde emana la creación.

La raíz, de cualquier forma, es fuente de nutrición y es también tradición, aquella tradición que da sustento al presente. Enclavada en el subsuelo, donde habitan los antepasados, la raíz es la vía por la que se encuentra estabilidad en una identidad común. Es el puente con el pasado, que se actualiza y vivifica en el presente. Tradición que otorga identidad y cohesión, aspecto que da sentido, por ejemplo, a las virtudes éticas del compromiso social y la lealtad que el Código de Ética del Poder Judicial de la Federación (arts. 5.7 y 5.8) rescata.

Pero al connotar el pasado, la raíz es una referencia clara al precedente y a la tradición. El precedente en el campo jurídico y especialmente en el judicial, es una forma de certeza. En una perspectiva muy amplia, es evidente que el pasado norma, pues del pasado se conforman fuentes reconocidas de lo jurídico como la costumbre y la jurisprudencia. Un concepto técnico de jurisprudencia en nuestra cultura jurídica vincula la noción a lo que desde el common law es considerado como “precedente judicial”. La raíz es la alusión a esta fuente de lo jurídico, propia de nuestra tradición judicial; es una referencia a los aspectos connotativos de la jurisprudencia, a esa obligatoriedad que imprime a través de su fuerza histórica, y a la estabilidad que otorga al constituirse en base y fundamento de certeza.

La reiteración de los criterios que, según la normatividad y la propia jurisprudencia, constituyen una de las vías de formación de esta última, son una muestra de la función normadora del pasado, pero no de cualquier pasado, sino del pasado reiterado que forma una línea continua, una verdadera raíz (ver por ejemplo las tesis de rubros “JURISPRUDENCIA. CUANDO SE ESTABLECE POR REITERACIÓN, SE CONSTITUYE POR LO RESUELTO EN CINCO EJECUTORIAS COINCIDENTES NO INTERRUMPIDAS POR OTRA EN CONTRARIO, POR LO QUE LAS OBLIGACIONES DE REDACCIÓN, CONTROL Y DIFUSIÓN SÓLO PRODUCEN EFECTOS PUBLICITARIOS” y “JURISPRUDENCIA. SISTEMAS DE FORMACION”)

Fundamentar en el campo jurídico es vincularse a ese pasado a través de la legislación y la jurisprudencia. No es sólo citar las normas, sino referirlas porque tienen una carga de fuente, de origen que la imagen de la raíz rescata claramente.

La raíz, como origen, es fundamento y es también fortaleza, virtud tan imprescindible para la función judicial que el Código de Ética del Poder Judicial de la Federación la rescata expresamente en su artículo 5.5.

Echar raíces es una forma de identificación y de pertenencia, al lugar, a la tradición y fundamentalmente a las personas, que no debemos olvidar, son el auténtico sentido de la función de todo servidor público.
 

Conciencia

La representación animada de un texto infantil del siglo XIX puede ser un referente inmediato cuando aludimos a la noción de conciencia. Popularizado por Disney[3], nos referimos a Pepe grillo de Pinocho, ligado a una función educadora. El grillo juega en la historia, el rol de la conciencia de Pinocho y con ello en realidad puede considerarse como un desdoblamiento del mismo.

Si bien la noción de conciencia es mucho más compleja, es quizá el matiz moral que se refleja de manera caricaturizada en la función de Pepe grillo el que más interesa en el plano de la ética judicial. No obstante, aquel sentido más complejo nutre la específica referencia a la conciencia moral. La conciencia desde una mirada psicológica puede referir a un reconocimiento, no agotado en la simple percepción sensible. De la percepción sensible la mente humana pasa a la conciencia en el momento en que se da cuenta (reconoce, se percata) de dicha percepción sensible.



Ser consciente de algo implica reconocer ese algo de manera especial en nuestro interior, percatarse de que aquello que se percibe está siendo percibido. En este sentido aunque la conciencia se pueda referir a algo exterior (algún objeto, alguna situación), en realidad el elemento importante es la interiorización de lo exterior. Pero la idea más acabada de conciencia, que desembocará en la denominada conciencia moral, es propiamente la del reconocimiento del yo por sí mismo, esto es, el darse cuenta de un algo interior que se está reconociendo. Este es el fondo de expresiones populares como la del “yo interior”, o la idea de que la “conciencia es una voz interior”, como sería el papel de Pepe grillo para Pinocho.

Pero la relevancia de la conciencia en la conducta humana se acentúa si consideramos que tiene una presencia continua en el interior de cada persona, por lo que permite saber los auténticos motivos que mueven a la acción.

De aquí despunta la relevancia ética de la conciencia. La doctrina de la ética judicial ha enfatizado que un rasgo distintivo de esta materia frente al derecho es su apelación a la conciencia. “La ética es una convocatoria a la conciencia del juez para ganarlo en su esfuerzo por ser el mejor juez posible a la altura de su posibilidades” decía Rodolfo Luis Vigo en una conferencia de 2007[4], y esto es porque la ética busca el convencimiento, preocupada por el ámbito interior del juzgador, por aquellas que son las auténticas motivaciones de su conducta.

La conciencia, es una alusión clara a la interioridad de la persona, campo primario en el que actúa la ética, pues ésta tiene que ver no sólo con la conducta externa, como lo hace el derecho, sino con las intenciones que mueven a dicha conducta. A esto está ligada la excelencia, principio presente en prácticamente todos los códigos de ética judicial, desde su contemplación en las exposiciones de motivos (como es el caso del Código Iberoamericano de Ética Judicial), hasta su específica expresión en el cuerpo normativo (art. 13 del Código Modelo de Ética Judicial para impartidores de justicia de los Estados Unidos Mexicanos y art. 5 del Código de ética del Poder Judicial de la Federación). El llamado a la excelencia es un llamado a la conciencia, a la superación de la mediocridad que implica el simple cumplimiento de la normatividad que regula sólo lo exterior.

La conciencia es un instrumento rector que, como voz interior, indica el camino de la corrección.

Raíz y conciencia

Reconocimiento de la identidad, reconocimiento de la tradición y de la alteridad que se refleja en nosotros mismos, en definitiva, reconocimiento de la dignidad humana que se encuentra en cada una de las personas frente a las que los servidores judiciales asumimos el compromiso de servir. Raíz y conciencia alude a este compromiso, a esta fortaleza y a este reconocimiento. Estabilidad que deriva de las raíces, de los precedentes, y compromiso que deriva de la convicción interior. Este es el sentido del nombre que da identidad a esta publicación. Un sentido que no se asume como cumplido, pero tampoco como anhelo lejano, sino como un deber de actualización cotidiana de todos y cada uno de los servidores judiciales.



[1] Para los egipcios, Nun, las aguas primigenias, son el ámbito que cubre el inframundo y de donde emana la vida. Cfr. FRANKFORT, H. y H. A., WILSON, J. A., y JACOBSEN, T., El pensamiento prefilosófico. I. Egipto y Mesopotamia, sexta reimpresión, FCE, Breviarios 97, México, 1988, pp. 66.
[2] Un ejemplo claro lo da el propio libro de los muertos egipcio: “El Osiris N. conoce tu nombre, conoce el nombre de tu alma, conoce los nombres de tus kauLibro de los muertos, 5ª edición,  estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado, Tecnos, España, 2009, Cap. 15, “Himnos a la gloria de Re y de Osiris”, p. 28. El propio Lara Peinado aclara en una nota al pie de página esta noción de posesión a través del conocimiento del nombre. Vid. Ibidem, p. 19, nota 4.
[3] Para una lectura crítica de la utilización de los dibujos animados (en específico de Disney) en la difusión y promoción de una determinada ideología puede verse la clásica obra de DORFMAN, Ariel y MATTELART, Armand, Para leer el Pato Donald, Siglo XXI, México. En el ámbito cinematográfico, una crítica a esta utilización negativa de los dibujos animados puede verse en ciertas escenas de The Holy Mountain, de Alejandro Jodorowsky.
[4] VIGO, Rodolfo, Luis, Conferencia magistral “Responsabilidad ética del funcionario judicial”,  Serie de Ética Judicial, 13, SCJN, México, 2007, p. 33.

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