jueves, 10 de febrero de 2011

Murales para jueces y justiciables



¿Transmiten algo todavía los murales a los jueces y justiciables del siglo XXI? Es un hecho que la pintura mural ha sido desde siempre un mecanismo entendido para educar. Durante todo el siglo XX, México se caracterizó por contar con  destacados pintores muralistas,  cuyas temáticas principales oscilaron entre la crítica social y un proyecto educador nacionalista.
Ya en 1910 Gerardo Murillo, mejor conocido como el “Doctor Atl”, manifestó la necesidad de darle a la pintura mural un sentido público, como habían hecho diversas culturas del México prehispánico. David Alfaro Siqueiros era de la misma idea; consignó en 1921, desde Barcelona, el deber de “Construir un arte monumental y heroico, un arte humano, un arte público” dirigido a alimentar el imaginario revolucionario, con el claro objetivo de transformarlo en imágenes educadoras del pueblo.
Años más tarde José Clemente Orozco afirmó:“La forma más alta, más lógica, más pura y fuerte de la pintura, es la mural. Es también la forma más desinteresada, ya que no puede ser escondida para beneficio de unos cuantos privilegiados. Es para el pueblo. Es para todos”.
Fue precisamente José Clemente Orozco quien en 1941 pintó los murales del entonces nuevo edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en lo que fuera el mercado del volador; el motivo: una justicia huyendo en medio de la debacle. La obra no fue del agrado de los ministros, aunque decidieron conservarla, acto considerado como tolerante y liberal.
Los murales de Orozco en la Suprema Corte de Justicia forman una trilogía que decora los alrededores de una escalera, llevan por título respectivamente Las Luchas Proletarias, La Justicia y Riquezas Nacionales.
El edificio de Pino Suárez alberga ahora también otro ciclo pictórico de Luis Nishizawa, un diseño exaltador de la justicia, como aspiración de toda sociedad.






Obras más descriptivas, menos críticas, aun cuando encierran un mensaje positivo y tal vez para algunos pueda resultar un aliciente personal o profesional, las de Leopoldo Flores e Ismael Ramos, en las escaleras del fondo del edificio, enfocadas a hacer una interpretación de la historia patria como búsqueda de la justicia social. No sucede lo mismo con los murales de Rafael Cauduro con mayor peso en lo crítico que no dejan indiferente a nadie.




Rafael Cauduro elaboró el mural llamado La historia de la justicia en México, en realidad una antihistoria; imágenes sobre tortura, homicidio, secuestro, violación, cárceles y represión nos recuerdan no los avances conseguidos, sino justamente lo que aún produce una gran preocupación por su presencia constante, en diferentes proporciones.

La obra de Cauduro fue elaborada en un ángulo del edificio, en el cubo de una de las escaleras del frente, lo cual permitió al artista jugar con la óptica del espectador. Ocho murales relativos a los “siete crímenes mayores”.


En la planta baja destaca un tzompantli, o muro de cráneos, que simbolizan por un lado el triunfo en la guerra e inhiben a la vez a los enemigos. Arriba dos murales sobre los crímenes de violación y tortura, más arriba los murales referentes a crímenes como homicidio, represión y secuestro. La idea es simple, llevarnos a  reflexionar sobre la criminalidad que cada día nos acecha.

La justicia nace de una antinomia, no es más común la injusticia, por eso el mural es una contrapropuesta.
En la parte superior del mural se encuentran ángeles con lanzas, en cierto sentido, introducidas en el propio mural, invitándonos a interpretarlo positivamente como una expresión de la búsqueda, más elevada, de una solución de esa trágica realidad.


Tal vez la imagen más llamativa sea la de los archiveros a medio abrir en los que destacan fantasmagóricamente rostros y bustos de personas, filas de expedientes yacen sobre el suelo y hay sangres en distintos puntos, alguna persona relacionada con la administración de justicia me comentó que al mirar ese mural le dio la sensación de sentirse imperiosamente llamada a trabajar pues le representaba el caudal de asuntos que por desidia o formalismo quedaban dejaban en suspenso el anhelo de justicia de muchos; al mismo tiempo relacionaba este mural con el de Orozco en el que se ve una justicia sedada y descuidada, dos murales, de dos épocas distintas que fueron interpretados por una persona, como el llamamiento a ser diligente en su trabajo para lograr una justicia pronta y expedita.
Cauduro manifestó en una entrevista: “Es muy importante hacer este tipo de obras donde mucha gente pueda verlas.” Los murales de Cauduro, debe decirse, tuvieron muy buena acogida en la opinión pública y merecieron el reconocimiento a la Suprema Corte como una institución abierta a la crítica.
En este año en el que a nivel Iberoamericano se ha planteado como tema de reflexión “la educación de los jueces” en México sería conveniente preguntarnos por la educación visual; reflexionar sobre los murales de nuestras sedes judiciales puede ser una opción.


Justo cuando vivimos la resaca del bi-centenario, vienen a nuestra mente imágenes como las del mural Orígenes de la creación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ubicado en el ala sur del edificio de la sede central de la Suprema Corte. Este mural fue un regalo de la Secretaría de Educación Pública con motivo del nuevo milenio; su autor, el muralista Héctor Cruz García, narra el origen del Estado mexicano mediante la lucha de Independencia y los hechos fundamentales para la creación de la Nación y de un órgano que sea responsable de hacer cumplir las leyes; además, se encuentran pintados los personajes que han hecho posible la consolidación del Estado mexicano ¿es simplemente un mural para entretener a los visitantes?, ¿pasará lo mismo con los murales de Cauduro cuando nuestra sorpresa acabe?
Ciertas pinturas puestas en lugares visibles para muchos y de cierta dimensión, son una forma de educación visual, pero también son una forma de expresión y por tanto cada mural es un mensaje abierto, dispuesto para ser interpretado por cada observador. Muchos artistas utilizaron y utilizan una pared
para generar conciencia, el último mural pintado en la Suprema Corte, por el ecuatoriano Santiago Carbonell lleva por título Caminos de palabras y silencios, de hombres y mujeres, de recuerdos y de olvidos, con un tema de por sí actual, la otredad, el marginado, el mexicano por el que trabaja cada juez, un muy buen mensaje, para buenos entendedores.
Finalmente para los que creían que la muralística nacionalista estaba muerta, el Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa estrenó murales de Ariosto Otero, con un claro estilo retro, con total referencia a la muralística mexicana de los 30's y 40's.


Valdría la pena reflexionar si todavía se inflama el espíritu nacional y nos lleva a ser mejores ciudadanos ver a Morelos y a Hidalgo desfilar y nos provoca repugnancia el rozagante burgués que presume un fajo de billetes producto de la explotación laboral. Pero independientemente de esta posible parafernalia simbólica nacionalista trasnochada está la gran cuestión ¿para quién son esos murales?, ¿influyen positivamente sus imágenes en los ánimos de sus trabajadores? o ¿sigue simplemente siendo una forma de generar reverencia en el que pisa esos recintos? Por eso se llama mural, porque frente al gran muro con esa imagen patriótica deberíamos sentir nuestra pequeñez o nuestra grandeza.

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