Por José Ramón Narváez Hernández
Hablamos de un cambio de chip. Por muchos años la empleomanía llevó a
pensar a algunas personas que un cargo público era un privilegio que debía
gozarse. Hablar de compromiso significa como la propia etimología lo apunta,
hablar de cargas, obligaciones y promesas que deben ser cumplidas.
El servicio público es de origen compromiso liso y llano, sin embargo vamos
a dar unos argumentos extras, algunos ejemplos y planteamientos prácticos para
contextualizar la necesidad de fomentar este compromiso.
Binomio poder-compromiso
Todo acto público presupone el ejercicio de un poder, incluso en términos
jurídicos, como un mandato por el cual todo servidor público debe hacer lo que
le está ordenado por la sociedad, no es sólo un compromiso moral, político o
social, sino que tiene implicaciones jurídicas y cuya omisión o ejercicio
deficiente puede llevar a determinadas sanciones. De ese modo podríamos decir
junto con el tío Ben a su nieto Peter Parker quien se convertirá en el poderoso
Hombre Araña, en la versión cinematográfica de Sami Raimi (2002): “Un gran poder
conlleva una gran responsabilidad” y es así, a mayor poder debería haber más
compromiso.
La hipoteca social
Toda comunidad política tiene como presupuesto un ordenamiento que persigue
como fin último la justicia, la cual debiera darse en las relaciones de uno a
uno (justicia conmutativa) y de cada uno de los miembros respecto de la
comunidad (justicia distributiva), de ese modo el vivir dentro de una comunidad
supone un compromiso social, pero además resulta que por las diferentes
historias de vida, la aspiración a la igualdad y la libertad debe ajustarse a
una realidad en la que las diferentes oportunidades nos colocan en diferentes
estratos sociales, culturales y económicos, sin embargo, esas oportunidades se
dieron a costa de algo, los que logran acceder a estudios superiores lo hacen
porque otros tienen que trabajar manualmente para producir la ropa y alimento
que los otros utilizarán, y aunque cada uno gana según su aportación manual,
técnica o intelectual, en una relación de justicia aritmética, también es
cierto que para sustentar a la sociedad pesa sobre los que más ganan o más
oportunidades han tenido, una hipoteca social, es decir, la comunidad política
espera algún día recibir el beneficio de ese sacrificio que se hizo en lo
colectivo y esto es de justicia social.
El compromiso social no se
agota donando a la Cruz Roja
El compromiso social como todos los principios éticos, no se agota en unos
cuantos actos, se trata de una actitud, de una regla de vida que debe estar
presente en la toma de decisiones. No basta donar a unas cuantas instituciones
o dar limosna por la calle, se trata de una mentalidad que lleve en todo
momento a plantearse si cada uno de nuestros actos redunda en una justicia
colectiva tangible. Ciertamente la cultura consumista e individualista nos
obliga a pensar que “cada uno debe velar por sus intereses”, pero esta la
atomización que impide lograr una vida pública sana, pues no existe en nuestra
cultura una conciencia social, que lleve por una lado a apoyar a otros en una
situación más desventajosa que la nuestra supliendo totalmente (subsidiariedad)
o parcialmente (solidaridad) sus carencias. La clave es, diríamos, pensarse
siempre como miembro de una colectividad y el que cada acto singular hace más
justa o injusta la vida comunitaria de una sociedad.
Pongamos un ejemplo concreto:
¿Qué tipo de automóvil tengo?, ¿cuál es la razón por la que elegí esa marca
y ese modelo?
Muchas veces adquirimos vehículos que hemos elegido por los supuestos
beneficios que el vendedor nos ha ofrecido, somos presa fácil de la
mercadotecnia: de ese modo hemos llegado a extremos de adquirir automóviles
para terrenos difíciles pensando en una supuesta seguridad personal o para
sentirnos más salvajes o libres ¿?. Peor aún,
otros compran un estatus social, pensando que el coche les da un
significado a su existencia, los infelices, miserables e ignorantes peatones
deberían permitir el paso al progreso, tiene automóvil quien pudo comprarlo,
los otros por perezosos o tontos no lo tienen y frenan el avance social.
Un automóvil modesto y necesario para el traslado sería suficiente, hay quien
sin embargo, es amante de los coches y hace ciertos sacrificios para comprar
aquel que desea, pero muchos, muchísimos otros no podrán hacerlo, el compromiso
social no supone regalarles coches a los demás, pero lleva a pensar si no sería
posible hacer rondas, llevar de vez en cuando en el auto a algún conocido que
no lo tiene, implicaría pensar si la misma ruta no puede realizarse en
transporte público, etc. De todos modos, si se sigue pensando que el cargo es
una especie de distinción honorífica entonces se necesitará no sólo un
automóvil lujoso con chofer sino incluso una alfombra roja para el descenso.
Ciertamente en este planteamiento aparece otra cara del compromiso social
que es la conciencia ecológica, no es sustentable el estilo de vida que tenemos,
son demasiados automóviles que contaminan y tornan la vida urbana intolerable.
El mutualismo
Otro ejemplo clásico que materializa el compromiso social es la mutualidad,
corporaciones y grupos sociales crean instituciones para solventar las
necesidades de los más necesitados, de manera preventiva, es la base de lo que
hoy se conoce como seguridad social. Y como finalmente se trata de una cuestión
de ética y por tanto de prudencia, cada uno sabrá en qué medida puede apoyar a
otros en lo económico o en lo personal, dentro y fuera del área de trabajo,
algún préstamo para que alguien solvente una urgencia, apoyar a alguien con
alguna necesidad específica, traerle algo de comer cuando no puede salir por la
carga de trabajo, ayudarle a cambiar el neumático a una persona con dicho
problema, etc. Insistimos, se trata de una actitud, las formas de ayudar a
otros pueden multiplicarse al igual que los pretextos para no hacerlo.
El compromiso social en la
función judicial dura
Quizá el tema más complejo respecto del compromiso social como principio de
la ética judicial es el cómo actualizarlo a través de las decisiones
judiciales. Es claro que un juez tiene mayor responsabilidad social en tanto
que sus decisiones materializan la justicia, pero no sólo en el caso que le
ocupa que sería la justicia conmutativa, sino que esa decisión incide
necesariamente en el orden jurídico haciéndolo más o menos justo, aportando o
demeritando la justicia social, pero nuevamente aquí se trata de un cambio de
actitud, si toda persona involucrada en la toma de decisiones judiciales tiene
presente que existe su trabajo repercute siempre en los social entonces tendría
que introducir en sus razonamientos criterios que le hicieran responder a ese
compromiso social, y social no significa con la institución para la que
trabaja, ni si quiera por razones de Estado, o para sustentar un tipo de
gobierno, se trata de consideraciones que favorezcan a la mayoría y aun mejor a
los más necesitados, consideraciones que lleven a fomentar en lo material o en
lo performativo un mayor equilibrio entre los miembros de una colectividad, se
trata de una responsabilidad hermenéutica, es decir, hacerse cargo de las
propias decisiones sin deslindarse ya sea porque se diga que sólo se aplica el
derecho, o escudándose en una supuesta seguridad jurídica.
El compromiso social en este rubro lleva necesariamente a cuestionarse los
propios prejuicios (objetividad como principio ético) pues al formar parte de
una élite que ha accedido a una formación profesional, que ha tenido
oportunidad de ocupar un puesto público, etc., implica ciertos
condicionamientos sociales que llevan a una interpretación específica de la
realidad, por eso el compromiso social como los otros principios éticos,
suponen una revisión constante por cada uno de nosotros, por cierto ¿cuál es el
precio actual de un kilo de tortillas?
Algunas recomendaciones
literarias y cinematográficas
A propósito de nuestra pérdida de la conciencia social
Gilles Lipovetzky, La era del vacío,
Anagrama, Madrid, 2008 (También puede leerse de este autor.- El crepúsculo del deber: la ética indolora
de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama, Madrid, 2008; y La felicidad paradójica, Anagrama,
Madrid, 2010.)
Para el cine
aconsejamos:
Amelie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, Jean-Pierre Jeunet, 2001)
Una fábula donde una
muchacha común y corriente se plantea el propósito de ayudar a los que la
rodean, logrando hacer más amables sus vidas y en otros casos trastornándolas,
pero partiendo de su compromiso social y amor por la vida y lo cotidiano.